Sabes mejor que yo que hasta los huesos
solo calan los besos que no has dado.
(Joaquín Sabina)
De los cientos de besos que me ha dado la vida,
diversos en calibre, intensidad, textura,
segundos en el tiempo y permanencia
en alguna oquedad de la memoria,
tan solo cuatro o cinco tienen nombre
y eso no es mucho con la edad que tengo.
Los hubo tiernos como pan reciente
y suaves, fronterizos con las leyes
que disponen lo que es inadecuado
y hasta algunos prohibidos sin ambages.
Cotidianos, caseros, rutinarios,
violentos, implacables,
con la exigente urgencia de una noche
que se sabe fugaz a ciencia cierta.
Hubo el que, apenas en las comisuras,
extendió su humedad por todo el cuerpo
y otros penetrantes que olvidé
con el último trago
lo mismo que los hielos derretidos.
Y los hay que sellaron un tácito contrato
impalpable, sin firmas ni promesas,
sin deberes ni lazos insolubles,
pero, no sé por qué, perdura siempre.
Hubo el que, apenas en las comisuras,
extendió su humedad por todo el cuerpo
y otros penetrantes que olvidé
con el último trago
lo mismo que los hielos derretidos.
Y los hay que sellaron un tácito contrato
impalpable, sin firmas ni promesas,
sin deberes ni lazos insolubles,
pero, no sé por qué, perdura siempre.