Hay una soledad muy navideña
con bombillas y bolas de cristal
y una luz indecisa del color de la ausencia;
recuerdos abrigados con gorros y manoplas,
cierto olor a castañas y a brasero de cisco.
Un tiempo en el que todo era lento y humilde
y una felicidad tan blanda como el musgo
invadía el invierno; mientras tanto
nos hacíamos grandes y las penas
se nos iban colando sin sentir.
Quién pudiera volver, por un momento,
a la quietud de un tiempo previsible
con todas las figuras puestas en su lugar.
Sin el desbarajuste de este estar pero no,
esta perplejidad de no ser nadie,
si acaso una pastora
de esas que se colocan de perfil,
las heridas de barro de cara a la pared.