Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano.
(Ángel González)
Te han amado los cuerpos sucesivos
que alojaron mis sucesivas almas
desde que fui consciente de ser cuerpo;
desde la virginal adolescencia,
la triunfal juventud, tan inconsciente
de su fugacidad,
la poderosa redondez fecunda,
el maduro declive
que intenta camuflar el maquillaje
y la decrepitud,
que acabará llegando sin remedio.
Te han amado con todas mis edades,
con la ilusa inocencia de los quince,
la fogosa pasión de los cuarenta
y el gris escepticismo que hoy me asola.
Te han amado de espaldas y de frente,
a gritos y en silencio, de lejos y de cerca,
junto a ti y a distancia;
te han amado mis cuerpos sin permiso,
en contra de mis almas sucesivas.
Te han amado con risas y con llantos,
desde el dolor y desde la alegría,
te han amado en pasado y en presente
y en un futuro que no llegó nunca.
Mis cuerpos te han amado ciegamente,
locamente, desesperadamente.
Sin preguntas, desde la sinrazón;
igual que aman los niños y los perros.
Hoy, me atrevo a decir que te han amado
como una ensoñación, como una huida
como la única forma de vivir
o de sobrevivir a la tristeza.
Una entelequia
a la medida exacta del vacío.