Sé bien
que nunca más podré
volver a ver el mar sin recordarte.
En el fugaz instante
en que extiende en la arena
sus sábanas de encaje
rememoro tus ojos y tu asombro
de la primera vez.
-¡Cómo mola, mamá! -creo que me dijiste;
y luego me arrancaste la promesa
de volver otra vez el próximo verano.
Te contesté que sí, que volveríamos
-hubiera ido a la luna con tal de ver de nuevo
tus ojos y tu asombro-.
Ya no hubo más veranos ni más olas.
Te quedaban apenas unos días,
quién iba a imaginar tal despropósito.