Ladran algunos perros a lo lejos
y los grillos desgarran el silencio
con descaro de niños malcriados;
el reloj de la torre
se empeña en dar los cuartos cada cuarto
recordándome el tiempo.
Pero a mí no me importa qué hora marca
porque a según qué horas ya no hay horas,
solo queda
la soledad sonora de esta noche
una luna imposible y un gin-tonic.
Y una pereza inmensa para pensar en nada
porque quizá me sobran cosas en que pensar.
Una se agarra al vaso y a la luna
y se deja llevar y acaso llora
sin saber bien la causa,
por el placer malsano de llorar
sin dar explicaciones.
Explicaciones hay más que de sobra
pero han dado las tres en el reloj,
será mejor dejar las cosas como estaban.
Ocurre que la noche de mañana
esta luna infinita empezará a menguar
si no viene algún dios a remediarlo.