No se ve la luz al final del túnel pero los ojos se acaban acostumbrando a la oscuridad y se las arreglan con lo que hay, algún mínimo atisbo de claridad que entra por los resquicios de las paredes y alumbra otro trecho del camino. Luego otra vez a tientas, tanteando los muros, un grito que resuena y lo multiplica el eco. Alguien lo oye desde lejos, confusamente, y lanza una cuerda por si acaso...
Siempre, por mal que vayan las cosas, en algún lugar, donde menos se espera, hay alguien que ha pensado en nosotros aunque sólo sea un minuto. Y que nos quiere con cualquier forma de amor o sucedáneo. Porque hay amores grandes, con historia común, con fundamento y amores pequeñitos y fugaces, robados o prestados, que engañan a la vida por un rato, que dan una larga cambiada a este morlaco áspero, resabiado y difícil. Fogonazos de luz, música dulce que apaga el runrun que bulle entre las sienes. Hay que cerrar los ojos a la realidad e inventarse otra vida. Hay que bailar el tango, el otro día lo decía Sherpa y le voy a hacer caso.
Por lo demás, mi madre ha estado medio bien dos días. Hoy otra vez lo mismo. Si no es esto es aquello y este sinvivir, esta impotencia, este ir y venir de su casa a la mía; este agotamiento. Y con mala conciencia.
Ha venido Rosario, una alegría. Es mi amiga del alma aunque casi nunca nos vemos, vive lejos. Pero es una suerte tenerla: su humor, su retranca, su inteligencia, su cariño. Un lujazo. Dos vidas tan distintas, la suya y la mía; la mía un caos, la suya todo en orden; sin embargo es tan fácil entendernos, todo lo sabe sin que se lo explique. Es delicioso retomar con ella: decíamos ayer...
Y luego Amparo; volvía yo esta noche de casa de mi madre, Castellana abajo, dispuesta a recogerme; pero ha sonado el móvil y era ella; estaba en el Jazz Bar y allí me he ido a apretarme un gin-tonic y charlar.
Debo ser afortunada, después de todo. Hay gente que me quiere. Con cualquier clase de amor, con cualquier gratificante sucedáneo. Esto es así, seguimos en la brecha.
Siempre, por mal que vayan las cosas, en algún lugar, donde menos se espera, hay alguien que ha pensado en nosotros aunque sólo sea un minuto. Y que nos quiere con cualquier forma de amor o sucedáneo. Porque hay amores grandes, con historia común, con fundamento y amores pequeñitos y fugaces, robados o prestados, que engañan a la vida por un rato, que dan una larga cambiada a este morlaco áspero, resabiado y difícil. Fogonazos de luz, música dulce que apaga el runrun que bulle entre las sienes. Hay que cerrar los ojos a la realidad e inventarse otra vida. Hay que bailar el tango, el otro día lo decía Sherpa y le voy a hacer caso.
Por lo demás, mi madre ha estado medio bien dos días. Hoy otra vez lo mismo. Si no es esto es aquello y este sinvivir, esta impotencia, este ir y venir de su casa a la mía; este agotamiento. Y con mala conciencia.
Ha venido Rosario, una alegría. Es mi amiga del alma aunque casi nunca nos vemos, vive lejos. Pero es una suerte tenerla: su humor, su retranca, su inteligencia, su cariño. Un lujazo. Dos vidas tan distintas, la suya y la mía; la mía un caos, la suya todo en orden; sin embargo es tan fácil entendernos, todo lo sabe sin que se lo explique. Es delicioso retomar con ella: decíamos ayer...
Y luego Amparo; volvía yo esta noche de casa de mi madre, Castellana abajo, dispuesta a recogerme; pero ha sonado el móvil y era ella; estaba en el Jazz Bar y allí me he ido a apretarme un gin-tonic y charlar.
Debo ser afortunada, después de todo. Hay gente que me quiere. Con cualquier clase de amor, con cualquier gratificante sucedáneo. Esto es así, seguimos en la brecha.