Estas tres palabras encierran casi todas las angustias del ser humano, lo demás son pamplinas. Y estoy por decir que en ese orden, pues sin salud el dinero no sirve para nada y sólo cuando tenemos cubiertas nuestras necesidades más elementales y los pagos al corriente, podemos disfrutar del lujazo del amor o lamentarnos de su falta. Bien es verdad que todo, hasta una salud precaria, es más llevadero cuando se dispone de la infraestructura que proporciona una economía desahogada, y también que los problemas económicos se soportan mejor entre dos.
Y se da la contradicción de que, a pesar de que la economía se desplome y los números bailen en la cabeza todo el día más que a Pedro Solbes, a pesar de que en el terrerno amoroso se coseche un fracaso tras otro, la salud continúa impertérrita, lo que obliga, aunque uno no quiera, a seguir enseñando los dientes a la vida; a seguir viviendo sin un puto duro y en soledad; ni siquiera un maldito infarto para echarse al miocardio que, en un pispás, diera carpetazo a todo esto.
Mi padre se sabía una copla:
El que nace pobre y feo
se casa y no le han querío,
se muere y se va al infierno,
menúa juerga ha corrío.
Pues eso, que jodío mundo éste.