En las horas inciertas de la noche
en que cierran los bares,
el cuerpo se subleva y nos reclama
su parte de locura,
de caricias sin nombre y sin preguntas;
cuando estamos
levemente borrachos de tristeza,
nos ha caído de punta
el penúltimo cocktail de amargura,
a ver quién es el guapo
que coloca las cosas en su sitio,
se mantiene
con la cabeza fría,
reflexiona
eso de que el amor es otra cosa
y se marcha a la cama en solitario,
con el alma plagada de recuerdos
y una sorda punzada entre las piernas.