Nunca pude decirte que tus ojos
no sabían mirarme, siempre vieron
una que no era yo, una mujer distinta
de la que se acostaba a tu costado.
Nunca pude escribir sobre los besos
no sabían mirarme, siempre vieron
una que no era yo, una mujer distinta
de la que se acostaba a tu costado.
Nunca pude escribir sobre los besos
que murieron de tedio sin comerte la boca
ni sobre las palabras que se quedaron mudas
antes de hacerse voz en tus oídos.
Ni te conté el camino que mis manos
trazaban en el aire sin llegar a tocarte
antes de regresar, temblando levemente,
antes de regresar, temblando levemente,
a esconderse debajo de la almohada.
No fui capaz jamás
de fracturar el hielo que envolvía tu espacio,
ese gélido muro de silencio,
en donde se estrellaba mi tristeza.
Ni te pude explicar cómo crepitan
las lágrimas cayendo en el aceite
al freír salmonetes para engullirlos sola
frente al mismo papel, día tras día:
“Hoy no comeré en casa…”