Cuando miro las fotos de hace tiempo
descubro que tenía unos ojos más grandes,
con un brillo distinto
que creo que venía de un futuro
repleto de promesas, y mi boca
parecía un imán para los besos.
Tenía un cuerpo apenas de muchacho,
que nunca fue gran cosa,
-me faltaba algún kilo y ciertas curvas-
pero aún así soñaba con caricias
que no fueran pecado, a ser posible.
Todo eso quisiera regalarte
pero ya no lo tengo, solo queda
un par de cervicales de titanio
unos huesos que crujen como madera vieja,
un mordisco que duele
donde antes estaba mi cintura
y una vida cargada de fracasos.
También tengo seis nietos,
que ignoran que su abuela
fue una vez la princesa de los cuentos.
Y eso no es lo peor: tampoco saben
que a veces las abuelas se enamoran.