enmarcado detrás de mi ventana,
nadie pisa la hierba
que esta mañana brilla
bajo este sol prohibido;
han plantado petunias
rosas, blancas y azules.
Solo hay un par de perros,
libertad vigilada.
Y unos pájaros grandes
que parecen sacados
de aquel guión de Hitchcock.
Yo me tomo el café
muy despacio, sin prisas,
mientras dan en la radio
las cifras de la muerte,
las cifras del dolor y las del hambre
y pasa un autobús
repleto de fantasmas invisibles
guardando metro y medio de distancia.
De verdad que quisiera escribir otra cosa,
como que esto se acaba ya muy pronto
y volverá una hermosa madrugada
y esto será un mal sueño, una película
de terror que se olvida
con un trago de vino y un abrazo.
Que volverá la vida y la sonrisa,
y que otra vez podremos
soñar con el amor,
ese veneno dulce que nos salva.