He visto una película muy rara,
yo diría que casi surrealista, transcurría
en un planeta extraño cuyo nombre era Tierra,
donde había países y ciudades
con gentes por la calle,
gentes que caminaban a cara descubierta,
que hablaban entre ellos cuando iban
a la panadería y a comprar una cosa
que llamaban ”periódico”
y unos seres pequeños
jugaban en los parques, se reunían
en una escuela grande con pupitres,
allí aprendían cosas imposibles:
-matemáticas, lengua, geografía,
historia, democracia, justicia, convivencia-
de boca de una “profe” y no en una pantalla.
A esos seres absurdos les gustaba juntarse
en locales cerrados, a tomar un brebaje
del color del rubí o del oro fundido
y a reírse por nada, solo por estar juntos.
Y todo sucedía en un tiempo prehistórico
del que ya no hay memoria. Las personas
tenían la costumbre de abrazarse
-un peligroso gesto; es que vivían
al mismísimo borde del abismo-
y hasta los más osados acoplaban sus bocas
como si fueran moldes la una de la otra,
como si no pudieran despegarse,
enlazaban sus manos, se decían
algunos disparates increíbles
en un lenguaje antiguo:
se decían te quiero.