No sé cómo decirte, vida mía,
que este año no puedo
asistir a la cita ni llevarte
las flores más hermosas.
No lo vas a creer, pero esta vida
que dejaste hace tanto, mucho antes
de lo que toda lógica marcaba,
ya no es aquella vida que conoces.
El mundo está hecho añicos, la tristeza
y ese miedo a un futuro amenazante
de pobreza y de hambre
son los únicos reyes de la tierra.
A ver si soy capaz, cómo explicarte
a ti que siempre fuiste
la alegría hecha niño,
que estoy presa en mi casa,
que ya no corren niños por los parques
que la gente se mira con recelo
con la boca tapada por un paño
en las calles vacías,
que ahora solo hablamos a través
de una triste pantalla,
que hasta nos han robado los abrazos,
que han partido el amor en dos mitades,
que nos ha caído encima una nube negrísima
cargada de dolor, de incertidumbre.
No te vas a creer, cariño mío,
lo que nos ha pasado, tú que fuiste
la explosión de la vida y la sonrisa,
el motor de mis días más oscuros,
la mirada más pícara y más dulce,
no creerías jamás
que este mundo que te ibas a comer
de repente, mi amor, se ha derrumbado.
Y fíjate, mi vida, lo que voy a decirte
ahora que eres un hombre:
por vez primera en este tiempo eterno
−ya son veintiocho años
los que hace que te fuiste−
no quisiera tenerte aquí a mi lado,
Porque no quiero verte prisionero,
porque no quiero mutilar tus sueños
ni que nadie te robe de nuevo la niñez.
Porque te quiero libre para siempre,
feliz y sonriente, tal como te recuerdo.