Has llegado arrasando como llega
un súbito huracán, como un tsunami
engulliste la vida de repente,
nos robaste la luz, la primavera,
las flores y los pájaros,
el romero, el olivo,
y las palmas de encaje del Domingo de Ramos.
Separaste de un tajo
los cuerpos de los jóvenes amantes,
abortaste sus besos antes de que sintieran
la húmeda dulzura de sus bocas,
y sin piedad cortaste el nudo de sus brazos.
Hoy sus rostros se buscan
detrás de una pantalla y se sonríen
comiéndose las lágrimas.
Pero en cambio reuniste a viva fuerza
un día tras de otro con sus noches
víctimas y verdugos
sin un respiro bajo el mismo techo,
los niños contemplando
el miedo desatado de sus madres,
los insultos, los gritos y los golpes.
Y tal vez no las mate tu veneno,
-se han quedado en su casa a buen recaudo-
antes las matará
la furia irracional de un malnacido
cuando busquen auxilio o compañía
y lloren a través de una pantalla
en un hombro virtual que las acoja.
Convertiste a los muertos en un número,
en fríos porcentajes sin adiós,
sin manos que enlazar,
tan solo una llamada de mañana:
“su familiar ha muerto a las tres y catorce.
Le avisarán, ya sabe, cuando pueda
recoger sus cenizas”.