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Rebusco en mi memoria y no recuerdo cuándo el lunar aquel que tanto amaste se trastocó en verruga, cuándo fue que a tus ojos muté en otra.
Soy la misma de entonces, ni antes era la mujer perfecta ni ahora soy el colmo de la perversidad.
Seguramente no merecía que me amaras tanto pero tampoco es justo convertirme en la suma de todas las maldades.
Me pregunto qué extraño mecanismo se desata en el fondo más negro del amor para trocar en rana al más apuesto príncipe o a la más ideal de las princesas.
Me pregunto por qué tanta indulgencia con los otros y tan dura mirada para quien nos regala sus noches y sus días, respira nuestro aire y duerme en nuestro lecho.
Me pregunto -y no tengo respuesta- qué clase de veneno se inocula en el alma que agiganta las sombras a tal punto que acaban por cubrir las luces más brillantes.
Sobre todo pregunto qué siniestro resorte nos incita a hacer daño a quien amamos, qué oscuridad perversa nos ofusca.
Nada, no tengo nada, no quiero tener nada, nada que me hipoteque mi propia identidad, mi voz y mi manera de habitar en el mundo ni nada que me obligue a precintar mis labios.
El amor es un lujo prescindible, no se debe pagar a cualquier precio sobre todo porque cuando se paga deja de ser amor pierde lo que le otorga el derecho a tal nombre, se convierte en la sombra de sí mismo, Dorian Gray destruido en el espejo.
Para poder amar es necesario saber lo que uno vale no permitir que el miedo paralice ni dejarse atrapar en la costumbre ni tolerar que nadie nos perdone la vida ni nos cierre la puerta.
Nada, no quiero nada no me importan las cosas, las alfombras, ni la vajilla antigua -que, por cierto, le faltan muchas piezas- ni los muebles, no me importan los cuadros ni las lámparas ni el butacón de orejas de la siesta.
Todo tuvo un sentido cuando entonces, cuando redecoramos nuestra vida, cuando nos envolvía la cálida belleza de los sueños; pero ya no, ahora se han secado los geranios todo lo cubre el polvo y la amargura nuestras cosas se han vuelto trastos viejos sin oficio, inútiles objetos testigos del desastre.
Tengo las alas rotas pero voy a volar sin lastres ni cadenas.
Porque tan solo así, desnuda, despojada de todo lo superfluo podré verme a mí misma en el espejo y volver a nacer de mis cenizas.
Tengo que preservar como un tesoro lo poco que me queda moldear con mis manos un corazón de arcilla recortar lo que sobra hasta que recupere su forma primigenia como cuando era virgen.
Tengo que descubrir entre las ruinas la esencia de mí misma no es posible que se haya diluido en el agua estancada de mis lágrimas.
Sé que en algún rincón del desencanto se esconde la esperanza y me grita y me llama pero yo no la oigo sumergida su voz en los escombros.
Su voz, mi propia voz, ahogada en este estruendo pavoroso.
No volveré a tener los ojos tristes ni lloraré unas lágrimas estériles. No quiero ahogar mi voz en un sollozo ni dejaré que mueran mis abrazos sin estrechar un cuerpo que los sepa apreciar en lo que valen. No quiero tener ganas de morirme, tengo mucho que hacer para perder el tiempo en victimismos voy a seguir en pie con la mirada puesta en un futuro incierto y enseñando los dientes a la vida.
Hasta aquí hemos llegado, mis ojos están secos ya nadie podrá nunca hacerme daño. No volveré a llorar si no es de gozo.