viernes, 31 de enero de 2014

HUEVOS FRITOS

Qué quedará de mí cuando traspase
la línea irrevocable,
apenas una nube de polvo tras la curva
final, donde se pierden de vista los afectos.
Una imagen borrosa de mi rostro,
indefectiblemente más borrosa
al paso de los días.

Tal vez una fugaz evocación
que traigan unas notas de una canción precisa
-esa que casi siempre tarareo-
o tal vez en la niebla de aquel valle
que contemplamos juntos en silencio
haya quedado un rastro de mi espíritu
prendido entre los árboles.

Son insignificancias,
minúsculos detalles cotidianos
los que acaso den fe en algún momento
de que hemos habitado entre los vivos:
el ruido de los hielos en el vaso,
las zapatillas viejas, la ceniza
del último cigarro, alguna planta
que reclame su riego.

No será un gran poema
ni la irrisoria herencia de mis bienes
y ni siquiera el hueco de la cama,
tan fácil de llenar, por otra parte.
Será un vulgar café de cualquier miércoles,
el cojín que agarraba en mi regazo
cuando me adormilaba
o mi forma de hacer los huevos fritos.