jueves, 28 de agosto de 2014

EL TORNADO

El amor acostumbra a andar a ciegas
sin atender apenas las razones
que suele aconsejar el buen sentido.

Ataca casi siempre
por el flanco más débil; se camufla
entre sábanas frías, madrugadas
repletas de derrotas, soledades,
para irrumpir después como una tromba,
un viento enloquecido, una descarga
de vida que descubre de nuevo los sentidos
y despierta al deseo.

Es tan hermoso
que su brillo nos ciega, nos esconde
el peligro, nos engaña;
y nos hace creernos invencibles
para luego matarnos.

Casi nunca sabemos cómo llegó a nosotros,
cuándo y por qué nos inundó los días,
de qué forma caímos en sus redes
para vivir inmersos en un sueño.

Sin embargo
sabemos con certeza cuándo muere.
Y sabemos también que no tiene retorno
como siempre ha ocurrido con la muerte.