lunes, 1 de agosto de 2016

ESTO ES SIGÜENZA, SEÑORES

No os lo vais a creer, pero me he despertado a las seis de la mañana con frío y eso que estaba durmiendo con manta. Esto es Sigüenza, señores. He cerrado la ventana pero ya no he cogido el sueño en condiciones. He oído las siete y las ocho en el reloj de la Catedral, con sus correspondientes cuartos, y a las ocho y media me he levantado. Después de un desayuno liviano y sigiloso para no despertar a nadie, me he echado al monte camino del cementerio arriba, hacia el pinar.

Cuando yo era pequeña el Pino Solitario hacía honor a su nombre, pero ya no; no sé cuándo le rodearon otros muchos ejemplares y ahora solo se distingue de los demás por su copa redondeada, mientras los otros apuntan hacia el cielo. En aquellos años corría la voz de que una mujer extranjera -francesa por más señas y, por lo tanto, de dudosa moral- iba todos los días a tomar el sol desnuda a los pies del famoso pino, con lo que se organizaba un peregrinaje más nutrido que el de la Vírgen de la Salud en Barbatona. No sé si alguien consiguió verla alguna vez, pero eso se decía.

Desde arriba he contemplado la alfombra verde del Pinar Grande que, aunque llevo toda la vida mirándola, no deja de extasiarme. Me gusta el mar, claro, pero soy de tierra adentro y no puedo negar que el campo me resulta mucho más evocador.

He bajado al camino que llega hasta el Castillo, contemplando los impresionantes farallones de roca y recordando mi infancia. No sé por qué, a medida que me iba haciendo mayor, esa roca erecta que de pronto aparece en el camino y que mis hermanos y yo llamábamos "La Roca Gigante", se ha ido haciendo más bajita, pero sigue siendo enorme. Hay gente que la llama "El Dedo" y algunas mentes calenturientas ven en ella un símbolo fálico. Yo ahí ni entro ni salgo, allá cada cuál con sus fantasías.

Siguiendo el camino he llegado hasta el Castillo -que desde que lo arreglaron y lo hicieron Parador Nacional, se marchó el fantasma de Doña Blanca de Navarra que antes habitaba sus ruinas y a la que íbamos a rondar las noches de luna llena para aliviarle un poco el cautiverio al que la sometió su esposo D. Pedro I el Cruel nada más casarse y sin consumar el matrimonio, solo para seguir solazándose con su amante María de Padilla, que los hay cabrones- y he rodeado la muralla hasta la Puerta del Sol, que sale a la Calle Mayor a la altura de la Iglesia de Santiago, que después de muchos años en ruinas, la restauraron y ya no es iglesia sino una sala de exposiciones, conciertos y distintas actividades culturales.

Y, claro, me he encontrado con la Catedral de frente. Ya solo me quedaba subir la cuesta hasta esa casa cubierta de yedra donde tengo el privilegio de que mi hermana me dé cobijo.