sábado, 13 de enero de 2018

ANDANZAS AMERICANAS

Llegué el miércoles 27 a las 15,35 hora americana, lo que quiere decir que en España eran las 21,35 y me había levantado a las cuatro. Con la recogida de equipaje, control de pasaportes y demás trámites, salí del aeropuerto a las 16,30. Me estaban esperando Marta y Álvaro. Cerca de una hora más para llegar a su casa, total que después de la euforia de los abrazos, me di cuenta de que estaba reventada y caí en la cama como una piedra. He pasado aquí Fin de Año y Reyes, que también han venido a USA a visitar a mi nieto.

Día 1 de enero: 12º bajo cero.

Son las ocho y media de la tarde en Silver Spring y me acabo de fumar el tercer cigarro del día en la terraza, a doce grados bajo cero, mientras se me congelaban literalmente los pensamientos, concentrados en un dolor agudo entre los ojos. Aquí es mucho más difícil fumarse un pitillo que comprarse un rifle de repetición y celebrar el año nuevo disparando unas ráfagas a quién quiera que pase por la calle. Me dicen que aproveche para dejarlo, pero es que no quiero dejarlo; fumo porque quiero, porque me gusta y no me da la gana, a la edad que tengo, de renunciar a este pequeño gran placer. Fumar en estas condiciones, poniéndome un abrigo, un gorro, una bufanda, unos guantes y unas botas forradas de borreguito y salir a la terraza a desafiar la más cruda intemperie, es un acto de rebeldía contra la dictadura del no al tabaco, una reivindicación de mi derecho a morirme como quiera.

Mientras fumaba pensaba que todo ha pasado, que han ocurrido muchísimas cosas muy deprisa, y que no sé cuándo me convertí en esto que soy ahora, una señora gorda sin sueños y sin proyectos, porque mientras los tenía la vida iba haciendo sus planes, unos planes que no eran exactamente los míos. Y me acordaba de mi madre, del disgusto que se llevó cuando recién casada me fui a vivir a Canarias; le parecía el fin del mundo y ahora, aquí estoy yo, con una hija y mi nieto más pequeño viviendo a muchos más kilómetros y muchos más euros de distancia. La vida, que nos lleva donde le da la gana y no tenemos nada que decir.

Empieza un año y no he hecho ningún propósito. No pienso ir al gimnasio ni dejar de fumar, ni siquiera escribir otro libro. Para qué voy a hacerlos si luego vienen la vida y la muerte con los suyos. Y siempre ganan.

Día 10 de enero, a las 11,12: 5º bajo cero

Parece que ya han pasado los fríos siberianos y hemos entrado en una normalidad climática, así que he empezado a moverme un poco por Washington. Aunque no he venido aquí a hacer turismo sino a ver a mi hija y a mi nieto, lo cierto es que ellos se van a su curro y Álvaro a la guardería y me sobra mucho tiempo, que lo he utilizado en hacerles guisos con sabor español y en leer una novela muy gorda, la última de Almudena Grandes, que ya comentaré, pero en menudo jardín se ha metido esta mujer. 207 personajes, entre reales y ficticios, algunos con varias identidades y alternando distintas épocas, la verdad es que me está interesando, pero me hago un lío.

Antes de ayer, que fue el primer día que se podía salir a la calle sin convertirse en estatua de hielo, me fui al Museo Nacional de la Historia y la Cultura Afroamericana, para entendernos, el museo de los negros -y perdonen la manera de señalar-. Yo ya lo conocía de mi última visita y me fascinó; tenía interés en volver a la parte donde se cuenta la historia de la esclavitud, la lucha por la libertad, la posterior segregación, el Ku Klux Klan, las matanzas y todos los horrores que padecieron. Los visitantes eran mayoritariamente afroamericanos, o sea herederos de lo que estaban mirando en las fotos, en los videos, en las historias relatadas por los auriculares, y en los ojos de algunos de ellos vi lágrimas, otros se abrazaban y otros apretaban los dientes con rabia. La deuda de este país con la negritud no se va a saldar nunca. Como otras deudas en otros lugares que yo me sé. Aquí los únicos que cobran siempre las deudas -y con intereses- son los bancos.

Luego me fui paseando por la avenida Constitución hasta la 7ª, bajo una nieve finita que no me molestaba, pero llegué a Chinatown con ganas de tomarme una sopa calentita en cualquier restaurante de la zona. Y eso hice, pero no acerté porque pedí una beef soup y me dieron una bazofia vomitiva, con unos fideos finos, largos como espaguetis y unas bolas blancuzcas, repugnantes, que si se las doy a mi perra me las tira a la cara, flotando todo ello en un agua oscura de dudoso origen. Así que me volví a casa y me hice unas lentejas.

Día 10 de enero, a las 13,11

Hace frío, pero un frío humano y se puede salir a pasear por estas callecitas desiertas entre árboles desnudos y pisar el suelo de los parques, donde las ardillas campan a sus anchas sin niños que las persigan. Hay un silencio helado que se mete en los huesos y una se llena de una melancolía antigua, que no sabe muy bien de dónde viene. No sé, igual es soledad.

Día 11 de enero: 0º

La Galería Nacional del Retrato, de la Fundación Smithsonian, refleja la historia de Estados Unidos a través de personajes que han tenido influencia en ella y en su cultura. Hay desde presidentes, escritores, poetas, músicos, actores, a gente anónima, pasando por activistas de los derechos civiles, nativos de reservas indias, asesinos célebres o marginados varios. También había echado una primera ojeada a este museo la última vez que vine pero siempre se queda una con hambre, de manera que esta mañana he cogido el metro en Silver Spring y me he bajado en Gallery Place, justo en la puerta.

Y resulta que, además de la exposición permanente, ahora hay una temporal dedicada a Marlene Dietrich, "Vestida para la imagen", que aquí la adoran por su oposición al nazismo y por haber mandado a Hitler a esparragar cuando le ofreció hacer cine de propaganda de su régimen. Ella dijo NO y se vino a Estados Unidos, donde triunfó de la mano de su compatriota y amante -uno de los muchos- Josef von Sternberg, bajo el paraguas de la Paramount.

Se pasó por el arco de triunfo el puritanismo yankee y siempre hizo lo que se le antojó a su parte contratante, sin distinguir de sexos. Vamos, que se tiró a lo más granado de la época sin hacer ascos ni a diestra ni a siniestra, como a Yul Brynner, Douglas Fairbanks, Gary Cooper, James Stewart, Claudette Colbert, Edith Piaff, Mercedes de Acosta y Jean Gabin, que al parecer la rompió ese corazón que parecía irrompible. Además de Sternberg rodó con Mamoulian, con Billy Wilder, con Stanley Kramer, con Orson Wells. Ernest Hemingway dijo de ella: "Aun si no tuviera nada más que su voz, con ella te rompería el corazón". Pero tenía más, mucho más, como puede verse en esta muestra. ¡Qué manera de posar, qué manera de mirar, qué manera de fumar, qué manera de fo...! Ah, que eso ya lo he dicho.

Pero además fue una activista incansable contra el nazismo. Efectuó más de quinientas presentaciones en Europa en plena guerra, desde el 43 al 46, actuó para las tropas aliadas en el frente, recaudó fondos. Por sus servicios durante la guerra fue condecorada con la Medalla de la Libertad, el más alto galardón que otorga el gobierno norteamericano a un ciudadano civil, y Francia la nombró Chevalier de la Legión de Honor. Lo de "chevalier" parece que le gustaba, aunque ningunar mujer resultaba más seductora pretendiendo ser andrógina.

Y ayer, 12 de enero, teníamos 19º, esta vez positivos. Es decir, que en unos pocos días ha subido la temperatura 30º, pero hoy hemos amanecido otra vez con 2 o 3 grados bajo cero. ¿Cómo se come esto?

Mañana vuelvo a Madrid, con escala en Bruselas y llego el lunes. Me ha encantado venir y, sobre todo, ver a Marta y a Álvaro, que está divino con sus cuatro años. Pero la verdad, ya me llama mi casita.