lunes, 7 de mayo de 2018

CUMPLEAÑOS

Me gusta el mes de mayo
y este número siete un poco bíblico
en que le dio a mi madre por nacerme.

Por lo visto ese día —me han contado—
mi padre no fumaba
recorriendo el pasillo de la clínica,
era el mar el que oía sus rezos y acogía
el humo de un cigarro tras otro en la cubierta.

En este cumpleaños de dos mil dieciocho,
cuando cumplo una edad
que me acerca a la muerte sin remedio,
tengo que recordarle aquella madrugada
en que su soledad se disolvía
en la espuma de mar que cortaba la proa.

Nunca nadie escribiera una declaración
de amor como la suya: “Viva
la madre que te parió”, aún puede leerse
en aquel telegrama que a mi nombre,
a nombre de su hija, borroso y enmarcado,
hoy cuelga en mi pared.

Ya va quedando menos. Hoy miro los tesoros
que guardo aquí, en mi casa,
tan pequeña y tan cálida,
tan hecha a soportar mis soledades.

No me podré llevar mi música y mis libros,
ni tan siquiera aquellos dedicados 
por la gente que amo.
Y a lo mejor me dejo algo que me delate, 
por ejemplo tu nombre
escrito con el dedo sobre el polvo.

Violarán mis secretos
cuando yo no esté aquí para negarlos.

Por eso en esta noche
en la que todavía estoy a tiempo
quiero ser yo, con mi voz y mi carne
-y no ningún curioso entrometido-
quien te diga al oído que te quiero.