sábado, 22 de agosto de 2020

UN DÍA EN LA VIDA DE UNA MUJER MAYOR

 

La ventana está abierta, entra por la mañana 
un fresquito agradable que apenas la despierta; 
todavía es temprano, para qué levantarse, 
no hay nadie que la espere. 
Y se abraza a la almohada por abrazarse a algo. 
Las ocho y veinticinco, la perra está impaciente, 
toca con la patita, la oye resoplar y se levanta.

El café bien cargado 
escuchando en la radio las noticias, 
solo hablan de desastres pero aun así la enciende
por romper el silencio de la casa. 
Un par de cigarrillos y se viste 
para salir al campo; le hace bien caminar, 
desentumece el cuerpo dolorido. 

A estas horas el campo es un remanso, 
hay una suave brisa que acaricia su rostro, 
están las moras negras y brillantes 
son bocados de infancia prendidos en las zarzas. 

Corretea la perra, se mete en los riachuelos, 
persigue lagartijas. La mujer 
trepa los terraplenes y se araña las piernas 
con los cardos resecos, 
arranca una ramita de menta o yerbabuena. 

Al cabo de dos horas vuelve a casa, 
un segundo café y otro cigarro, 
y ese silencio, dios, ese silencio. 
Y ese peso en el alma, ese vacío. 

Una ducha tratando de evitar el espejo, 
a esta edad no apetece contemplarse desnuda. 
Tendrá que ir a la compra, 
debería comprar algo de fruta, 
también se está acabando el pienso de la perra. 

 Al volver se prepara una cerveza fría 
-qué gusto cuando entra en la garganta- 
con algo de picar mientras escucha, 
esta vez en la tele, las desgracias del mundo. 

Para comer, los restos de la cena. 
Aún faltan unos días para cobrar el mes 
y la cuenta corriente está temblando. 
Luego se hace un ovillo en el sofá 
con la vaga esperanza de quedarse dormida. 

Se propone sin éxito escribir un poema 
porque el que se le ocurre es el mismo de siempre
y ya está caducado. 
Por un momento duda… ¿debería…? 
Da un manotazo al aire para espantar la idea. 
Será mejor dejar las cosas como están. 

A media tarde sale, otro paseo 
con la caída del sol 
bajo un hermoso cielo de rojos infinitos. 
En la noche verá nítidamente 
esas constelaciones que aprendiera de niña. 

No ha hablado una palabra en todo el día, 
salvo quizás alguna maldición musitada entre dientes. 
Buscará una película que sea de llorar, a ser posible. 

Y se pondrá una copa o tal vez dos. 
Venga Dios y lo vea 
si esto no es motivo de acostarse borracha.