Hace tiempo que tengo una mascota
-y eso que está prohibido en el contrato-
pero es que mi mascota no hace ruido,
no ladra ni maúlla ni me pide
que la saque tres veces a la calle.
No se mete con nadie, se pasea
por mi pequeña casa contemplando
los cuadros o los lomos de los libros,
observa la carátula de un disco
y a veces, si le gusta la música que suena,
se queda quietecita, sin moverse
del brazo del sofá o del cojín de flores
que yo abrazo en mi vientre adormilada.
No sé cuándo llegó pero al principio
intenté que se fuera volando por los aires,
abría la ventana y corría tras ella
enarbolando algún insecticida,
blandiendo un almohadón inútilmente.
Pero siempre volvía como un enamorado
que no ceja en su empeño de adorarme.
Así que he decidido dejarle que me quiera
y vivir en pareja de hecho, al fin y al cabo
hasta una mosca me hace compañía.