
Esta ballena también me ha acompañado y también me ha tenido que aguantar algunas neuras con infinita paciencia. La mañana del lunes me senté sola en un banco del paseo marítimo, rumiando palabras como piedras, palabras como balas, palabras como caricias, palabras como cuerpos. Y quería tirar al mar todas las palabras que me hacían daño. Entonces hice un pacto de silencio con la ballena y le juré no decir nunca más lo que siento, quedarme callada eternamente para que mis palabras no se volvieran contra
Afortunadamente, mis neuras las interrumpió un senegalés que se acercó a pedirme un pitillo. Y no sé si además del pitillo me estaba pidiendo también un poco de compañía, el caso es que se quedó allí contándome que había llegado en patera a Fuerteventura hacía año y medio y que ahora se iba a Jaén a recoger la aceituna. Me cayó muy bien, básicamente porque me quitó doce años de una tacada, pues a los dos minutos me estaba preguntando la edad. Yo le dije que muchos, así sin concretar, y él, ya digo, me rebajó doce de un plumazo, con lo que no tuve más remedio que regalarle el paquete de tabaco entero y decirle que se sentara en el banco. También me preguntó mi nombre y se quedó repitiéndolo mil veces, como una salmodia. Luego me dijo que la edad no importa; según para qué, pensé yo, pero no se lo dije; para conseguir papeles cualquier edad es buena. Llegaron otros dos compatriotas, uno de los cuales estaba como para perder los papeles, empapelarle en celofán y llevárselo a casa, perdonad la frivolidad. Yo cogí mis bolsas y me fuí, y cuando se lo conté a Lola me regañó mucho porque dice que no se puede ir por la vida ligando con senegaleses. Ojalá le haya ido bien con la aceituna. Ojalá consiga papeles y ojalá se cumplan sus sueños.
En mi anterior viaje a Carboneras os hablé de una casa muy curiosa que hay en el paseo marítimo, llena de leyendas en las paredes que proclaman una filosofía anticonsumista y en contra de esta absurda vida que llevamos y que me quedé con las ganas de conocer al personaje que la habitaba. Pues esta vez le hemos conocido, hemos visitado la casa por dentro, nos ha enseñado sus fotos y nos ha dado un master de austeridad por el morro. Es un anciano italiano, con unos ojos azules llenos de recuerdos, que se afincó allí en el sesenta, cua
Después de esta experiencia tan intensa no nos quedaba más opción que emborracharnos, así que nos fuimos a Juan Mariano a ponernos hasta ahí mismo de vinito blanco de Rueda con atún a la plancha, tortilla de cebolletas y calamares, vacilando con Saíd, el camarero marroquí que tiene más peligro que un saco de bombas. Siesta en el sofá y hacer el jersey de Marcos por la tarde, en un ambiente de velas y sahumerios, que Lola es muy oriental. Al anochecer una vuelta, unas cañitas y a casa. Lola se ha hecho amiga de todo el pueblo, desde la ecuatoriana del locutorio hasta el camarero Saíd, pasando por el chino del bazar y el pescador del puerto. Esta mujer sabe defenderse de la soledad y dentro de un año será la reina de Carboneras. Así hasta el jueves y el viernes por la mañana me fuí.
Volví por la carretera de Andalucía y cada cartel era a la vez una promesa y un recuerdo. Me han dicho que en Granada las callejas del Albaicín suben hasta el séptimo cielo y todavía un poco más arriba. Me han dicho que el sol fuma porros refugiado en un rincón donde hay un bareto hippy. Me han dicho que la Alhambra entre brumas invade el corazón de una humedad cálida. Todo eso me han dicho de Granada. Y una gitana me anunció una vez que, aunque yo había sufrido mucho -era lista, la tía- iba a encontrar un hombre de durse que me haría feliz para siempre. Me costó cinco euros que me dijera esas cosas y yo creo que no me va a engañar, pero no me dijo cuándo; como tarde mucho se me pasa el arroz.