
Es un desfile incesante de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, solteros, casados, padres y madres de familia, más o menos ignorantes, más o menos sabios; muchos con titulación universitaria, todos rellenando la instancia con la misma minuciosidad e igual interés que si estuvieran optando a una plaza fija de notario o registrador de la propiedad para toda la vida.
Gentes que me miran desde la desesperación, me preguntan qué hay que poner en tal o cual casilla como si de ello dependiera su vida o su muerte. Algunos me cuentan su caso -he trabajado durante cinco años como autónomo, en la hostelería; el negocio se ha ido al carajo y ni siquiera cobro paro. El que así habla es un hombre de unos cincuenta años, bien vestido con abrigo azul marino y corbata, como si se hubiera arreglado para causar buena impresión. El corazón se me encoge con sus historias, verdaderas tragedias de la vida vulgar, como aquel libro de cuentos tristes de Wenceslao Fernández Florez. Una y otra vez les explico las cosas, trato de que desistan, que no se traguen la cola del registro, que no depositen sus esperanzas y la escasa energía que les va quedando en esta quimera tan cutre. Mire, esto no es una contratación, sólo es una bolsa; no, no sirve su experiencia como camarero ni la suya como informático, ni los cursos de analista de sistemas, sólo se van a valorar los contratos de trabajo en puestos similares. Todo es inútil, ninguno abandona; hacen fotocopias de sus papeles, guardan una cola de varias horas y luego se van con un sello oficial sobre su angustia.
Esto es la gran tragedia de la puta crisis. Yo no sé si las empresas que se están acogiendo a los ERE's y despidiendo masivamente a los trabajadores están perdiendo mucho o dejando de ganar tanto como antes, pero no es lo mismo una cosa que otra.
Aquí está desapareciendo la clase media; cada vez es más astronómica la distancia entre ricos y pobres, cada vez más dinero está concentrado en menos manos. Los comedores de caridad están atestados pero los restaurantes de lujo se siguen llenando; la crisis y la miseria, para los de siempre. Sólo que los de siempre son cada vez más.
La película Full Monty trató el tema del paro con un humor tierno y amargo que nos arrancó algunas carcajadas, al mismo tiempo que nos agarrotaba la garganta, pero la realidad maldita la gracia que tiene.