martes, 1 de diciembre de 2015

PSICOANÁLISIS

...y pensar que la vida, al fin y al cabo,
es esta soledad de los papeles.
(Rodolfo Serrano)

Una pila de libros sin abrir
por no querer perderme
en ese laberinto de palabras
que otros han escrito, sin saber
que no doy más de mí, que ya no puedo
vestirme de otra piel,
que me cuelgan sus letras como sacos vacíos
envolviendo un cadáver.

El teatro político que bulle en la pantalla
vendiendo sus mentiras de ocasión
me interesa lo mismo que un programa basura,
donde otros actores, tal vez algo más serios,
nos venden sus miserias genitales.

La tarde se sumerge despacio en la penumbra
y no hay ningún motivo para mirar la hora;
mi cabeza se puebla de fantasmas
que llegan sin permiso,
de voces en idiomas que no entiendo,
de gritos que no di cuando debía,
de dolores antiguos que renacen,
de heridas sin cerrar.

Y tu nombre. Tu nombre repetido
como un maldito mantra,
como un falaz conjuro contra la soledad;
tu nombre resonando como si fueras otro,
el que yo quise amar y no existía.

Y una se pregunta
si será tan difícil que la amen,
si no merecerá tan alta distinción.
Si quizá es un problema no ser tonta del todo
ni tampoco tan lista como para entender
que el amor y la guerra sean tan parecidos,
con exacto poder devastador.
Si para ser feliz es necesario
dejarse arrebatar la dignidad
manteniendo impasible la sonrisa.

Cuando se ve la muerte brillando como un faro,
como último recurso antes de abandonar,
una marca el teléfono
de algún desconocido con diploma
y con orla enmarcada en la pared
por si acaso tuviera la fórmula sagrada
para sobrevivir.