martes, 19 de junio de 2018

¡OH QUÉ LUNA!

A mí me habían crecido quince años
casi sin enterarme, tu mostrabas
apenas diecisiete y una hombría
que quizá te venía un poco grande.
Pelegrinos lorquianos recorríamos
el sinuoso camino adolescente.

Desvirgaste mi boca como es propio
una noche de luna irrevocable; luego
sin consultar, la vida decidió por nosotros.
La mía se hizo añicos muy temprano,
la tuya resistía a duras penas,
pero siempre acechaba
el beso primerizo y otras cosas
que quedaron pendientes.

Lo sabíamos ambos aquel día
que el azar nos reunió con otra luna
en aquellas callejas estrechísimas.
Ya nos faltaba poco
para cumplir cincuenta y a la espalda
dos mochilas repletas de fracasos.

Y la noche acabó como debía,
disolviendo el pasado y las tristezas
en semen, en saliva y en sudores,
en besos y en tequieros a destiempo.

Fumando un cigarrillo preguntaste
que por qué lo dejamos cuando entonces,
y yo me puse cínica y te dije
que a mí también me habrías engañado
tal vez con la mujer con la que vives.

Y que casi prefiero ser la otra.