El dolor que me invade ha borrado el pasado
−ya no sé si algún día, si algún año,
si tan solo un instante fui feliz en mi vida,
todo ha quedado envuelto en esta niebla,
en esta nube negra, en este miedo−
y ha borrado el futuro,
los sueños y los planes, los amores,
los versos y las luces
del sol cuando se marcha,
la belleza, el aroma de las jaras,
la música que amé y ha enmudecido;
y es que todo lo bello se ha disuelto
en esta lluvia ácida que sin piedad rocía
desde el amanecer hasta el ocaso.
Me he vuelto ruin, mezquina, aborrecible,
me irrita la alegría de los otros,
no puedo celebrar las cosas buenas
que les pasan a otros, siempre a otros,
para mí se reserva la tristeza,
el monstruo del dolor inabarcable,
el dolor que desborda el cauce de mis lágrimas.
No hay palabras que puedan consolarme,
todas se quedan cortas o muy lejos
del siniestro demonio que me habita;
algunas −sin querer, naturalmente−
a veces echan sal sobre la herida.
Hoy he visto en la tele llorar a una muchacha.
Lloraba por un gol que habían metido
a su equipo del alma y le dolía.
Y me ha echado de un mundo que no entiendo.