El aterrizaje en el mundo real fue, está siendo, accidentado y doloroso. Los daños colaterales han sido cuantiosos, espero que sean recuperables. De cualquier manera, ahora empieza otra vida; una vida llena de promesas y llena de obstáculos que tenemos que ser capaces de superar.
No es normal que a mi edad surja una oportunidad de ser feliz, de empezar de nuevo; a estas edades todo el mundo tiene los deberes hechos, mal que bien, y está un poco de vuelta o un poco instalado, acomodado, en una realidad que puede no ser perfecta pero que es la que hay y así se toma. Sin embargo a veces ocurre que aparece el amor, como un ciclón. Al principio uno se cree que lo puede controlar, que puede mantener compartimentos estancos en los que no se mezclen los distintos componentes de cada vida y que todo siga más o menos igual. Pero el amor tiene vida propia y a veces tira por la calle de enmedio y arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Y puede causar mucho dolor y mucha desolación.
Y se mezclan y se sobreponen los sentimientos. Y unas veces ganan unos y otras ganan otros. Y la felicidad se entrevera de culpas y de miedos. Y en un momento se hacen unos planes que en el momento siguiente son otros distintos. Incertidumbre, miedo, dudas. Periodo de adaptación que exige una gran capacidad de comprensión y mucho, muchísimo cariño. Por mí no va a quedar; tengo casi sesenta años y me siento como a los treinta, pero con mucha más sabiduría y mucha más paciencia. Soy afortunada, lo que me ha ocurrido a mí no le ocurre a todo el mundo.
Llevo diecisiete años viviendo sola y estoy llena de mañas. Ahora mi tiempo y mi espacio ya no son compartimentos estancos porque el amor es invasivo, salta los diques y lo ocupa todo. Hay que aprender a ser dos, sin dejar de ser uno más uno.
Yo sé que estas cosas nunca se hacen bien y uno no sabe cómo acierta. Se podía elegir vivir eternamente en la mentira; se podía haber renunciado al amor e intentar construir algo desde los escombros. Se podía, se podía...Y en un momento los acontecimientos se precipitan y nos pilla un poco el toro a todos. Ahora es el tiempo el que tiene que hacer su trabajo, con nuestra colaboración, naturalmente. Para que las cosas se centren y todos encontremos nuestro lugar.
Yo no pido nada más. Pretender caer bien, encima, va a ser pedir demasiado.
En Sigüenza, un gajo de luna creciente a lo lejos, apenas flotaba sobre la silueta de un chopo seco. Yo llevaba a mi madre del brazo a la vuelta del paseo y le venía contando todas estas cosas, que me estaban oprimiendo el pecho.