
Hacía un sol de justicia por la avenida de Méndez Alvaro y cuando llegamos a Atocha necesitábamos una cerveza en vena. O dos, si eran pequeñas. Para aliviar la sed y para soltar la lengua que, al menos la mía, estaba deseando quitarse la faja y largar. Y nos la quitamos, quizá yo más que ninguna, sorry, pero últimamente estoy aquejada de verborrea aguda cuando me encuentro cómoda; y me encontraba cómoda. Esto de la blogosfera está muy bien, porque cuando se conoce a la gente en persona uno ya viene despelotada de casa y todo fluye con naturalidad, decíamos ayer. Y no sé por qué, pero se da por hecho el entendimiento y la complicidad, aunque lógicamente haya matices. Aquí no hay más lazos que los que voluntariamente hemos elegido y eso da mucha libertad.
Elefancia entró a saco, según apareció en el bar -y quién es él, me preguntó casi sin saludar- y a las tres nos dió mucha risa. Elefancia es descarada y tierna a la vez. Elefancia es joven, es lista y es feliz. Elefancia es Elefancia. Y está guapa para aburrir. Yo conté mi historia tal cómo es, tal cómo ha sido. Aguamarga desde el principio intuyó todo, pero es una tumba. Después hice el signo de pasar una cremallera sobre mis labios, ya está bien de hablar de mí, ahora os toca a vosotras.
Y nos reímos y nos pusimos serias; y hablamos de libros, de la vida, de la muerte, de cosas. Y filosofamos un poco. Y comprobé que algunas veces la edad no existe; yo les llevo a Aguamarga y a Ybrim aproximadamente los mismos años que ellas a Elefancia, que tiene la edad de mis hijos; pero me sentía entre colegas, entre amigas.
El café nos lo tomamos en el Jazz Bar. Una llamada de Ana me cortó un poco el rollo, la gorda está mala y me pongo mal cuando los niños están malos, no sé qué extraños miedos me acometen.
Cómo decía antes, esto yo creo que no hay quien lo pare. Y no quiero que se pare. Tengo unas nuevas amigas que valen la pena. Para hablar o para estar en silencio. Para acompañarnos o para discutir cuando haga falta. No os vayáis de mi vida.
Tócala otra vez, Sam...