lunes, 14 de diciembre de 2009

EL INVIERNO DE AMINETOU

De repente los árboles de mi calle se han quedado con el corazón en los huesos como Sabina, desnudos y ateridos, tiritando al ritmo del viento que les ha despojado de sus volantes. Hace frío en Madrid, mucho frío; sin embargo en la memoria de Aminetou Haydar el termómetro marca los veinte grados de El Aaiun.

Desayunando tras los cristales surcados de escarcha, una piensa en ese grano que le ha salido al gobierno y en lo fácil que es hablar y ver los toros desde la barrera. Yo me pierdo en esta cuestión tan enrevesada y realmente no sé qué puede hacer España ni cómo puede presionar a Marruecos para que le devuelva el pasaporte, si retirando al embajador o declarando la guerra, pero tengo la impresión de que todo el mundo quiere pescar en este río revuelto, desde el PP a IU pasando por Rosa Díez -que ha ido a hacerse una foto entregando a los niños una carta de mamá- y de que lo que importa a todos ellos no es la suerte de Aminetou ni del pueblo saharahui por extensión, ni siquiera el gol que nos ha metido Marruecos sino la tajada que cada uno pueda sacar de ese gol.

En el año 75, cuando la Marcha Verde en plena agonía de Franco, yo vivía en Barcelona, tenía veintiséis años y dos niños de tres y uno, muchos problemas dentro de casa y escaso interés por el Sahara ni por casi ningún otro asunto que ocurriera de puertas para fuera, pero ahora lo de Aminetou Haydar me recuerda un poco a aquel chantaje, con la diferencia de que entonces teníamos la posibilidad de adoptar la solución vergonzosa que adoptamos, es decir, ceder al chantaje firmando los Acuerdos de Madrid para que se repartieran el pastel de los fosfatos entre Marruecos y Mauritania y sacudirnos el muerto saharaui de encima; ahora en cambio, no tenemos nada que ofrecerle a esta señora a cambio de su vida para evitar que muera en territorio español, que parece ser que es lo que preocupa; cosa que, por otra parte, a Marruecos le importa una higa.

Ese templo de la confusión llamado Naciones Unidas mantiene una posición ambigua sobre el Sahara Occidental, ya que no reconoce la anexión por Marruecos como parte de su territorio pero tampoco admite a la República Árabe Saharahui Democrática como país independiente, aunque el Consejo de Seguridad sí instó a Marruecos a celebrar un referendum en 1992; de esto hace la friolera de diecisiete años y los saharauis siguen esperándolo. O sea que se viene mareando la perdiz desde el año 76, sin que en todo este tiempo ninguno de los diferentes gobiernos que han pasado por Moncloa haya movido un dedo por la autodeterminación del Sahara, aparte de acudir a manifestaciones para apoyar de boquilla al Frente Polisario cuando estaban en la oposición, con el loable fin de tocar las narices al poder de turno. De manera que pedir al actual gobierno que consiga lo que no se ha hecho en treinta y tres años, me parece pedir peras al olmo.

Yo no soy saharaui ni vivo en el Aaiun ni veo pisoteados mis derechos todos los días por un régimen invasor y corrupto, por lo tanto no puedo meterme en la piel de Aminetou ni acercarme mínimamente a su desesperación, pero creo que hay que tener las cosas muy claras y mucho valor para hacer lo que ella ha hecho; no me refiero a la huelga de hambre sino a escribir la palabra saharaui en la casilla de nacionalidad de una tarjeta de embarque, sabiendo las consecuencias que seguramente iba a tener ese acto de rebeldía. Espero y deseo fervientemente que su apuesta resulte ganadora, pero creo que ha calculado mal sus fuerzas y que tanto su capacidad de presión como la del gobierno español es muy limitada.

Y en cualquier caso la responsabilidad de España no es de ahora; viene de treinta y tres años atrás.


Muy interesante el artículo de Jerónimo Páez, hoy en El País.