Los colores inciertos de la tarde
sosiegan los impulsos, 
atenúan los sueños desmedidos 
y cualquier emoción exagerada.
Porque también los sueños 
se ponen amarillos por los bordes 
y se caen de los árboles; 
mañana crujirán pidiendo auxilio 
cuando los pisoteen 
en la boca del metro los viandantes.
La tristeza 
tiene un tono rojizo un poco ambiguo 
que no acaba de ser triste del todo, 
en esta soledad que no está sola 
porque sé que me piensas y te pienso 
esta noche, a las cero treinta y cinco, 
con la segunda copa medio muerta 
y los cubos de hielo desahuciados.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


