Oh, mi amor, te extraño, me dolés en la piel, en la garganta, cada vez que respiro es como si el vacío me entrara en el pecho donde ya no estás... Y por qué no, por qué no había de buscar a la Maga. (Julio Cortázar, Rayuela)
Maga se ha ido de repente. Así, sin decir adiós. Siempre ha sido una gata corretona y aventurera que no se conformaba con quedarse en casa vegetando sobre un almohadón, no. Ella se iba por ahí a recorrer mundo con sus ojazos de gata muy abiertos, inconsciente de los peligros que acechan a las gatas intrépidas. Pero tras sus correrías siempre volvía a los mimos caseros, a refugiarse en los brazos de Marta y pedir su ración diaria de cariño.
Esta vez no. Hace más de una semana que cogió el pescante y nunca más se supo. Es alocada e ingenua como su tocaya cortazariana; es tierna y rebelde, desobediente y zalamera; anárquica. No cazaba ratones, sino que los traía a casa para jugar con ellos al escondite.
Maga es francesa y, como tal, coqueta y charmante. Maneja sus encantos con sabiduría y a los gatos no les dice ni que sí ni que no, le gusta tenerlos al retortero. Tiene un amigo especial, blanco y negro, que todos los días se apostaba en el poyo de la ventana a mirarla zascandilear por la casa, hasta que un día le invitó a entrar. Desde entonces se hicieron inseparables, él la venía a buscar y luego la acompañaba a la vuelta; era una amistad casta, de colegas gatunos, porque Maga es virgen y pasa de la cosa.
Ahora el gato blanco y negro sigue llegando a la ventana pero Maga no está. Se queda allí, hora tras hora, esperando que vuelva. Marta la busca dejando en las calles un rastro de lágrimas -también se llora por los ánimales- y en su casa se ha instalado una dolorosa quietud, un órden impasible y triste.
Y no es la pena por el vacío que le ha entrado en el pecho y ha dejado su ovillo a los pies de la cama, que también; es el miedo al coche ciego que la haya atropellado; o, peor aún, a la maldad siniestra, pura y dura, de matar por matar a una hermosa y loca gata rubia.
Marta sólo quiere saber dónde está. Si se ha ido hasta los puentes de París a hacerse la encontradiza con Horacio Oliveira o ha querido volver a mirar el lago de Annecy.