sábado, 9 de julio de 2016

TORMENTA

La otra noche una lluvia furibunda
golpeaba con fuerza los cristales,
un río inesperado corría calle abajo
como si en la tormenta reventara la vida
y se acabara el mundo en un momento.

Desde la cama, sola, yo miraba llover,
la ventana de par en par abierta,
reviviendo otras lluvias y otros truenos,
los que vimos desnudos y enlazados;
entonces la esperanza aún era posible.

Entraban los relámpagos azules
a la última esquina de mi cuarto
y los truenos salvajes acallaban
la salsa y el merengue de ese bar
donde matan las penas algunos emigrantes.

En silencio, una hemorragia interna
me encharcaba el recuerdo; diluviaba
y una tormenta seca anegaba mis ojos.
Bajé y pedí un gin tonic.
Me quería empapar y lavar tu memoria.

Pero cesó la lluvia, enmudeció
la furia de las nubes. Y allí dejé la copa,
sin tocarla, cuando sonó la música de nuevo.
La tierra desprendía ese aroma a mojado
y era mi soledad improcedente.