sábado, 9 de mayo de 2020

UNA MUJER CAMINA

Una mujer camina. Al salir del portal
ha mirado la hora, se asegura
de que empieza su turno,
el que le han asignado por razones de edad.
Lleva todo el equipo –la escafandra
y esos guantes azules- para que nadie piense
que es una irresponsable insolidaria.

Ha dejado la cama sin hacer,
-y qué más da, si aquí no viene nadie-
en la cocina queda
una taza manchada de café,
“Eres la mejor abuela del mundo
entero”, tiene escrito.

Camina a paso rápido, apenas sin mirar
que han plantado macizos de rosas en el parque,
llega hasta el campo, cruza
el pequeño riachuelo que separa
las amapolas blancas, las matas amarillas,
y los humildes cardos florecidos.

En el estanco compra un cartón de tabaco,
de algo hay que morir. Recuerda que le faltan
aceite, leche, huevos, patatas y champú.

Al regresar a casa,
por detrás de las gafas se ha encontrado una lágrima
por los sueños que no puede soñar
y un beso que se ha muerto contra la mascarilla.

Ahora se arrepiente
de esa debilidad, el desahogo
de haber dejado escritas
cosas que no debía, como en un testamento
que ya no importa a nadie;
no ha nombrado albacea ni notario
que repartan sus bienes intangibles,
esos que le pesaban tanto en el corazón.

Seguro que hoy tampoco ordenará los libros.