domingo, 28 de junio de 2020

UNA COPA DE VINO

Después de tantas veces intentándolo
sin que pudiera ser, como si el mundo
se hubiera puesto adrede en contra nuestra,
no sé cómo expresar mi emoción infantil,
como una colegiala que hubiera hecho novillos.

Te vi venir de lejos, caminabas despacio
como el que no camina a ningún sitio.
−Acabo de llegar −te dije; era mentira;
me había adelantado casi quince minutos.

Y no fue apenas nada, poco más de una hora,
no sé ni de qué hablamos,
yo te hice alguna broma y nos reímos
y también nos contamos cosas tristes,
que la vida no cesa de hacer daño.

El reloj no hizo caso del bolero,
marcó las horas sin contemplaciones.
Como soy bien mandada, no intenté resistirme.
Mis labios dibujaban un gesto adolescente,
esa sonrisa boba de niña enamorada.

Y luego, al despedirnos,
un abrazo apretado más largo que el de siempre,
con mi mano trepando por tu espalda
y unas palabras tiernas
resonando después toda la noche.

Se me quedó en la boca
el sabor de ese vino como un recuerdo dulce
y me dio por pensar que poco a poco
vamos pidiendo menos a la vida.

O quizá es que la vida –lo sabemos−
no está dispuesta a darnos otra cosa:
un abrazo y un vino. No podemos quejarnos.