jueves, 15 de octubre de 2020

Y DE REPENTE UN DÍA


Y de repente un día despertamos 
con nuestro mundo vuelto boca abajo.
 
Esta vez nuestros ojos 
no iban a contemplar la primavera 
que fuera reventaba ajena a este desastre, 
mientras todos en casa, detrás de los cristales, 
mirábamos las calles desahuciadas, 
sin niños en los parques, sin viejos paseando, 
sin jóvenes riendo y amándose en lo oscuro. 

Hubo tres lunas llenas, brillantes y rojizas, 
colgadas en el cielo para nadie, 
−ya no escribían versos los poetas
ni se besaban los enamorados 
bajo su luz de plata− 
solo para los gatos callejeros 
que maullaban hambrientos 
ante el cierre de acero de los bares. 

Dejamos de mirar a los desheredados 
porque ahora nosotros –¡ay, nosotros!− 
debíamos pensar en lo perdido, 
en los días de vino y rosas de ayer mismo, 
lamernos las heridas y masturbar el miedo;
había mucha prisa en buscar un culpable
y comenzar a odiarnos con la cara tapada. 

Se hicieron infinitas las distancias, 
la tierra se volvió un campo de minas, 
no leíamos cuentos a los niños,
había que contar las cifras del espanto, 
comparar el montante con los otros países 
y, con un vergonzante regocijo, 
celebrar si sumaban 
unos pocos más muertos que nosotros. 

Nos hicimos peores de lo que éramos antes 
y eso que parecía difícil superarlo. 
Pero no cabe duda
de que todo lo puede el hombre blanco.