No sé si te ha crecido la edad por todo el cuerpo
y volverás lleno de hombría y de reposo.
(Paco García Marquina)
Me cuesta imaginarte
en un cuerpo de hombre,
con voz grave de hombre,
y ancha espalda de hombre,
por mucho que se empeñe el calendario
tú siempre serás niño,
ese niño feliz y sonriente
que me alegró la vida aquellos ocho años.
Tendría que contarte
que no soy la de entonces,
que estoy cansada y sola
y me duele este cuerpo derrotado;
tus hermanos se fueron porque es así la vida,
de alguna me separa un océano inmenso,
tienen trabajos, sueños, hipotecas,
estudios, hijos, hijas con novios y guitarras
que son sobrinos tuyos
aunque tú no los hayas visto nunca.
Yo vivo en una casa pequeña y luminosa
con tus fotos por todos los rincones,
un tiesto de gardenias
y algunas siemprevivas medio muertas;
muchos libros y música para ahogar el silencio
que cubre las paredes; cuadros, dibujos, cosas
que no importan a nadie,
solo para mí tienen algún significado
y no sé dónde irán cuando me vaya;
la perra que me lleva de paseo
y esta tristeza sólida y espesa
que ya no logro disolver en lágrimas.
Tengo miedo a los años que me quedan,
viene un tiempo repleto de amenazas,
de dolor y de pérdidas.
Ya me quedan muy pocos
amigos de los que te conocieron,
algunos, muy queridos,
han muerto y otros duermen
en un lugar borroso de la infancia;
la amistad es una flor que necesita
calor y un riego suave y a menudo
si no quiere morir de distancia y de olvido.
Y en cuanto a los amores qué contarte,
deja que te lo explique de hombre a hombre:
lo de los años es tan deprimente
que ahora me quieren mucho como hermanos
los que antes me soñaban en su cama
y hoy, en sus sueños húmedos,
les acompaña alguna jovencita
que te amaría a ti casi seguro.
Eso ya se acabó; mi corazón
se ha cansado de amar y de morirse
un poco cada día, un poco cada noche.
Hoy, cuando cumples treinta y siete años
ya no sé cómo debo imaginarte,
si como un niño alegre y chispeante
o como un hombre joven aprendiendo a curtirse
en esta cruel batalla que es la vida.
Quisiera refugiarme en tu abrazo de hombre
pero sin renunciar a esa risa de niño
que aún alegra mis días, amor mío.