
Félix, el hermano pequeño de Amadeo, tampoco cumple los setenta y tiene otro bar a la vuelta, junto a la plaza del General Vara del Rey, el corazón del Rastro, donde despacha sardinas asadas y pimientos de Padrón. Félix es más serio y más taciturno que Amadeo; ahora, de vez en cuando, se permite el lujo de quitarse la chaquetilla blanca y quedarse en la puerta de su bar mirando pasar la vid

Por la noche quise ir al TRENKE-LAUKEN, que hacía tiempo que no veía a Sonia; me alegró ver que ha sacado adelante el marronazo que le quedó hace dos años y medio, cuando murió Gustavo; es una mujer fuerte y valiente que ha sabido renacer de sus cenizas. Pero la noche se jodió porque salió a relucir la puta política y me sitiaron como a Agustina de Aragón en Zaragoza; así que saqué la artillería como pude, disparando desde la rabia, pero cargaron sobre mí los mamelucos y caí malherida. Sonia se fue sin despeinarse pero nuestra batalla fue demasiado larga y demasiado dolorosa. Nos dejamos muchos jirones por la M-30 y luego más por la Puerta de Toledo. Era la madrugada del tres de mayo pero no nos pudimos fusilar porque ya estábamos muertos.
El sábado habíamos quedado con Ignacio y mantuvimos el tipo a base de ibuprofeno y alkaseltzer, que nos aliviaron las heridas del cuerpo; Ignacio no supo que no estaba comiendo con nosotros sino con nuestros restos, ni que su buen rollo y su humanidad iban a ser un bálsamo para las heridas del alma que todavía sangraban a poquito que las rozáramos.
Después de la tempestad vino una bonanza soñolienta, cálida y reposada, disfrutando de las delicias domésticas, del sofá, de los almohadones, del pantalón ancho de casa, de una buena película mil veces vista, saboreada frase a frase, desmenuzada secuencia a secuencia. El sueño, las porras y un sol fastuoso que entraba por la ventana esta mañana acabaron de derretir los malos rollos.
Ahora Madrid está vestido de blanco, se oyen los claxons por las ventanas y la diosa está esperando a Raúl, que viene de camino a ponerle la bufanda y la bandera. En Pamplona, a doce minutos del final, ha marcado el Osasuna de penalty y ya creíamos que teníamos que volver a desmontar el tenderete. Pero los chicos han sacado del alma su particular Dos de Mayo y, como si los artilleros Daoiz y Velarde se hubieran levantado de sus tumbas, en siete minutos han disparado dos cañonazos históricos.
Hace unas semanas los engañé con el Geta, pero sólo fue una cana al aire de una vieja madridista. ¡¡¡CAMPEONES!!!