Y estas ganas que me entran por la noche de hacer cosas. Son las doce y media y a estas horas ya no pienso en entrevistas de trabajo, ni en resultados de análisis, ni en nietos que se ponen malos, ni en hijas que no duermen, ni en madre que le duelen cosas, ni en la cuenta corriente. A estas horas ya no suenan los teléfonos y de alguna forma mi cuerpo se defiende de la realidad y se va por otros mundos. Creo que tengo sueño, me he levantado a las seis y media esta mañana, pero no me voy a la cama porque mi yo verdadero -que diría Aguamarga- reclama su parte, su tiempo, necesita respirar, necesita verse, existir y, seguramente, es la única forma de abordar el día de mañana.
Dejo que bailen los dedos sobre el teclado sin saber muy bien a qué letra dirigirlos, si a la f de felicidad o a la d de dolor o la m de miedo. Quizá esta última sea la que mejor defina esta hora de silencio, cuando sólo oigo el eco de términos médicos incomprensibles y amenazantes. Quizá "Los abrazos rotos" no sea tan mala como me ha parecido, he parado el DVD, me aburría enormemente. Pero igual era yo, que no me he metido en la película, que en realidad me importaban un bledo las andanzas de unos personajes con una vida tan vulgar como la de cualquiera, aunque se calce los zapatos rojos de tacón alto.
El miedo e intentar arrancar a la vida una sonrisa; el miedo e inventarse una noche loca de música y gin-tonic. El miedo y este rato de placer en soledad, el miedo y el regocijo del amor. Siempre está ahí, para aguar la fiesta mayor de los sentidos. Porque el pasado no nos vacuna contra el presente ni contra el futuro y los dolores antiguos no evitan los presentes ni los que puedan venir. -Yo ya he pagado mi cuota, mi peaje por transitar por este jodío mundo; ahora me espera una vía rápida y tranquila, sin curvas peligrosas, sin badenes ni desniveles que no dejan ver lo que hay al otro lado. Pero no, nos esperan más peajes imposibles de esquivar, que no sabemos donde están. Se trata de conseguir que el miedo no nos atenace el alma, no nos paralice la risa, que no nos dejemos robar la cartera de los buenos ratos y sepamos dividir esta puta vida en compartimentos estancos, de manera que cada uno de ellos no derrame su contenido y contamine a los otros. Y cuando toque sufrir, pues a sufrir y a entregarnos a tope, pero cuando toque gozar, pues también a tope, sellando cualquier rendija que permita filtrarse las aguas turbias del dolor. No es fácil, pero se puede conseguir.
Dejo que bailen los dedos sobre el teclado sin saber muy bien a qué letra dirigirlos, si a la f de felicidad o a la d de dolor o la m de miedo. Quizá esta última sea la que mejor defina esta hora de silencio, cuando sólo oigo el eco de términos médicos incomprensibles y amenazantes. Quizá "Los abrazos rotos" no sea tan mala como me ha parecido, he parado el DVD, me aburría enormemente. Pero igual era yo, que no me he metido en la película, que en realidad me importaban un bledo las andanzas de unos personajes con una vida tan vulgar como la de cualquiera, aunque se calce los zapatos rojos de tacón alto.
El miedo e intentar arrancar a la vida una sonrisa; el miedo e inventarse una noche loca de música y gin-tonic. El miedo y este rato de placer en soledad, el miedo y el regocijo del amor. Siempre está ahí, para aguar la fiesta mayor de los sentidos. Porque el pasado no nos vacuna contra el presente ni contra el futuro y los dolores antiguos no evitan los presentes ni los que puedan venir. -Yo ya he pagado mi cuota, mi peaje por transitar por este jodío mundo; ahora me espera una vía rápida y tranquila, sin curvas peligrosas, sin badenes ni desniveles que no dejan ver lo que hay al otro lado. Pero no, nos esperan más peajes imposibles de esquivar, que no sabemos donde están. Se trata de conseguir que el miedo no nos atenace el alma, no nos paralice la risa, que no nos dejemos robar la cartera de los buenos ratos y sepamos dividir esta puta vida en compartimentos estancos, de manera que cada uno de ellos no derrame su contenido y contamine a los otros. Y cuando toque sufrir, pues a sufrir y a entregarnos a tope, pero cuando toque gozar, pues también a tope, sellando cualquier rendija que permita filtrarse las aguas turbias del dolor. No es fácil, pero se puede conseguir.