sábado, 4 de abril de 2009

RUTINA

Abril ha entrado hace cuatro días y va deprisa, los árboles de mi calle están cada mañana un poco más frondosos, ya casi tapan las casas de enfrente. A mí sin embargo, me invade una apatía blanda para ponerme a escribir. Estos días pasados, entre operaciones, paros y demás angustias, me han dejado para el arrastre.

Dice la sabiduría popular que la rutina acaba con el amor y que, por lo tanto, hay que estar continuamente inventando nuevas emociones, como si la vida de su natural no nos regalara ya las suficientes. Pero una está un poco cansada tras muchos años de sobresaltos y quizá lo que ahora le pide el cuerpo es el refugio de lo previsible, el confortable rincón de la rutina; sobre todo porque las infalibles leyes de Murphy dicen que no hay situación que no pueda ir a peor. De manera que casi entono la vieja letanía de virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Además, teniendo en cuenta que la rutina ocupa un gran porcentaje de nuestro tiempo, lo inteligente sería acoplarnos a ella e intentar que fuera lo más placentera posible. Se trata básicamente, de ser o de estar como cada uno sea o esté en cada momento, no sé si me explico. Quiero decir que no se puede estar tirando fuegos artificiales continuamente ni inventándose risas siendo la vida como es. Quiero decir que cuando toca llorar, toca llorar y la gente necesita poder estar cómodamente triste y preocuparse relajadamente, aunque parezca una contradicción.

Y seguramente, las risas y el buen rollo, como la primavera y como las oscuras golondrinas, volverán solos a colgar sus nidos en mi balcón -lo malo es que no tengo balcón- si tenemos un poco de paciencia y un sillón confortable donde esperarlos.