viernes, 27 de marzo de 2009

CUMPLEAÑOS TRISTE

Hace dos años justos, aproximadamente a esta hora, nacieron los gemelos. Ayer me decía Ana que siempre pensó que le cambiaría la vida al tener hijos, pero nunca pudo creer que tanto. Ya no tengo vida propia, mamá, ni para darme una ducha sin tener a los dos aporreando la puerta del baño. Y es que, encima de ser dos, le han salido especialmente malignos; inquietos y movidos como pocos niños he conocido y ya van unos cuantos entre hijos, sobrinos y nietos. Tienen dos años y todavía está esperando que duerman una noche entera seguida. Sin contar el invierno que llevan, malos cada dos por tres con los correspondientes problemas para compatibilizar el trabajo y la atención que necesitan. La verdad es que Ana está estresadísima y agotada y yo angustiada de verla así. Pero en fin, con un cantito en los dientes, que son unos niños sanos y muy divertidos y ahora que empiezan a hablar se muere uno de risa con ellos.

Pero los pobres están celebrando su cumple de la peor manera posible. Los niños traían un pequeño defecto de fábrica, debe de ser cosa de la oferta de dos por el precio de uno. "Pulgares en resorte" se llama y a grandes rasgos consiste en que el tendón que produce el movimiento del dedo pulgar, tiene un nódulo que hace que se atasque dentro del tubo por el que circula, lo que impide que puedan estirar los dedos. Carmen sólo en una mano, Jaime en las dos. La solución, quirúrgica. No te preocupes, es una operación muy sencilla, te los llevas a casa en el día. Y sí, se los llevó en el día pero no puedo por menos que contar cómo fue la cosa, porque raya en el maltrato infantil.

Empezando por que tenían que estar en absoluto ayuno, agua incluida, desde ocho o diez horas antes y les citaron para operarles a las cuatro de la tarde. Con lo cual se tomaron su bibe por la mañana muy temprano y punto. A las doce, la gorda empezó a decir mamá, puré, y no salía de su asombro porque su madre cambiara de conversación cada vez que ella le hablaba de comida. Ana propuso vamos a echar la siesta y ella, lógicamente, parecía decir con los ojos -¡pero qué siesta ni que siesta, si no he comido, estás tonta o qué! A Jaimón en cambio le pareció muy bien ahorrarse el trámite de la comida y se fue a la cuna encantado. Todo eso después de pasarnos la mañana inventando mil maneras de entretenerlos que no pasaran por el consabido trozo de pan o la galleta, que da tan buenos resultados. Digo yo que lo lógico, tratándose de unos niños, hubiera sido operarlos a primera hora de la mañana. Pues no, esto es lo que hay y da lo mismo la edad del paciente.

Por fin llegó la hora de irnos al hospital. Ingresamos a las tres de la tarde y nos asignaron dos box de esos de ingresos ambulatorios, uno para cada niño, que no comprendían qué hacían allí, en aquellas camas absurdas que tenían una botella con una goma en la cabecera, ni por qué los desnudaban y les ponían esos ridículos camisones atados al cuello como en la peluquería, el termómetro y todo el ceremonial típico de la ocasión. Jaime pedía agua desesperado y sus padres o yo le dábamos un juguete que tiraba al suelo furioso. Bastante hizo que no nos lo tiró a la cabeza. Eran los primeros pero, casualmente, había llegado una urgencia que tuvo que pasar antes a quirófano. Cuando los niños ya estaban alcanzando el paroxismo de la desesperación, llegó una enfermera vestida de verde y armada con una jeringuilla que le metió a Jaime por la nariz. Mano de santo; era un sedante que dejó al niño como una malva, de buen humor y encantado de haberse conocido, hasta el momento de bajar al quirófano. Yo quise enterarme del nombre de esa droga maravillosa para administrársela cuando fuera menester a quien fuera menester, que nunca se sabe, pero no me lo dijeron. A las cinco fueron a buscarle y bajó con su padre. Jesús volvió al box contando que le habían dado un globo, le habían metido en una cuna y se había ido tan feliz, diciéndole adiós con la manita y sonriendo. Unos tres cuartos de hora más tarde, avisaron de que ya había salido; bueno, todo había ido bien pero no sabíamos que faltaba lo peor. Mientras tanto administraron la maravillosa gotita de la felicidad en la nariz de Carmen y cuando la llamaron, se fue tan contenta diciendo adiós papá, me voy con señó verde.

Pero cuando trajeron a mi Jaimón en su cunita, se me pararon los pulsos. Con sus bracitos cruzados sobre el pecho y atados al cuello, me recordó a San Tarsicio, mártir de la Eucaristía, cuya vida leí yo de niña en un libro muy formativo, regalo de mi abuela, que se llamaba "Niños Santos". El tal Tarsicio murió apedreado por no consentir en abrir los brazos para proteger la Sagrada Forma que llevaba a los cristianos presos. Mi niño, con sus bracitos cruzados nos miraba en silencio desde su cuna, con un montón de preguntas en sus ojos enormes muy tristes. Tiene que estar así nada menos que cuatro días y hoy soplará dos velas maniatado.

La gorda también volvió, furiosa como es natural, y queriendo utilizar la mano que le quedaba libre para arrancarse las vendas de la otra.

Yo me fuí de allí hecha mierda y pensando que no sé si merece la pena, al fin y al cabo tampoco se hacen tantas cosas con los dedos pulgares. Me fui rezando por unos y por otros a Jaime -mi Jaime- único santo al que rezo desde hace mucho tiempo. Digo yo que, siendo de la familia, se tomará más interés.

Y hoy me he puesto a fregar la cocina como poseída por no se qué extraña fiebre limpiadora. Tengo un aparato que transforma mis lágrimas en vapor de agua y las estrella pulverizadas contra los azulejos. Con sólo pasar un paño queda todo reluciente.