Dicen que año de nieves, año de bienes y este, aquí en Madrid, ha nevado con generosidad, copos gordos y pertinaces que alfombraron la sierra y vistieron de gala nuestros pueblos. Y la primavera ha venido con el terreno preparado y dispuesto a dejarse pintar de mil colores. Ya son más largos los días, tenemos un sol acariciador y todo esto en condiciones normales me inundaría de buen rollo y de un optimismo irracional, antropológico como el de ZP. Pero la realidad es la que es y toda la nieve es poca para contrarrestar la puta crisis, que ya no es sólo lo que leo en los periódicos ni lo que me cuentan cada día la tele y la radio. Ya ha golpeado en el corazón de mi familia, ya está mi apellido en la cola del paro.
A estas alturas no miento si digo que me importa muy poco lo que me pueda pasar a mí en el futuro, que lo que me preocupa es lo que les pase a mis hijos y a mis nietos. Una querría servir de parapeto, actuar como un escudo antimisiles y llevarse todos los golpes si con eso pudiera evitarles a ellos el más mínimo daño. Pero no se puede; su vida es independiente de la mía y a mí sólo me queda mirar; hasta ahora me pellizcaba todas las mañanas para comprobar que era verdad, que se estaban librando, que todos tenían trabajo, que el monstruo de mil cabezas del paro no había entrado en sus vidas. Pero ya está aquí, ha llegado con la primavera y con el calorcito, ha venido a borrar los colores alegres que me pintaban el alma. Ha venido como una broma macabra, como un regalo siniestro del día del padre.
Una ya vivió esta situación en sus propias carnes, cuando los niños eran pequeños y todo estaba por hacer y ya pasó muchos insomnios, muchas ansiedades y muchas angustias, pero todo lo daba por bien empleado viéndolos a ellos felices y con todas las piezas en su sitio. Pero la historia se repite, el pasado no evita el presente y lo que fue mi vida no sirve para garantizar la suya.
De manera que una vez más, a joderse tocan. Es primavera y habrá que pasar al sol los lunes y los martes y los miércoles.
A estas alturas no miento si digo que me importa muy poco lo que me pueda pasar a mí en el futuro, que lo que me preocupa es lo que les pase a mis hijos y a mis nietos. Una querría servir de parapeto, actuar como un escudo antimisiles y llevarse todos los golpes si con eso pudiera evitarles a ellos el más mínimo daño. Pero no se puede; su vida es independiente de la mía y a mí sólo me queda mirar; hasta ahora me pellizcaba todas las mañanas para comprobar que era verdad, que se estaban librando, que todos tenían trabajo, que el monstruo de mil cabezas del paro no había entrado en sus vidas. Pero ya está aquí, ha llegado con la primavera y con el calorcito, ha venido a borrar los colores alegres que me pintaban el alma. Ha venido como una broma macabra, como un regalo siniestro del día del padre.
Una ya vivió esta situación en sus propias carnes, cuando los niños eran pequeños y todo estaba por hacer y ya pasó muchos insomnios, muchas ansiedades y muchas angustias, pero todo lo daba por bien empleado viéndolos a ellos felices y con todas las piezas en su sitio. Pero la historia se repite, el pasado no evita el presente y lo que fue mi vida no sirve para garantizar la suya.
De manera que una vez más, a joderse tocan. Es primavera y habrá que pasar al sol los lunes y los martes y los miércoles.