lunes, 2 de marzo de 2009

EL VELATORIO

El viernes murió Piluca, la madre de mi amigo Ignacio. Piluca tenía 95 años y hasta hace muy poco era una mujer que daba gusto pasar un rato con ella, simpática y lista como pocas de su edad. Últimamente no la veía porque ya estaba muy deteriorada y este verano no ha ido a Sigüenza, con lo que nos ha privado de las tertulias de la Alameda en su sillita de ruedas, con otras señoras de su misma edad y condición. Aunque suene mal debo decir que me he alegrado de que haya terminado su larga travesía por este jodío mundo, porque los últimos dos años han sido duros y ya no era la que era. Yo siempre recordaré su amabilidad, su mente despierta y sus maravillosas croquetas. Descanse en paz.

Ignacio ahora se ha quedado un poco más solo. Y eso que este solterón empedernido es de las personas menos solas que conozco, a pesar de ser hijo único. Al menos aparentemente, que no me quiero meter yo en sus intimidades. Lector impenitente, cinéfilo y melómano, sin embargo sus amplios conocimientos en estas bellas artes no alcanzan ni de lejos el virtuosismo con el que domina el arte de devorar torreznos o cordero asado y de trasegar cubatas con sus amigos, que se cuentan por centenares. Todo el mundo le quiere y jamás he oido a nadie hablar mal de él, de la misma manera que tampoco le he oído a él criticar a nadie, fuera de algunos políticos. Su inconfundible silueta rechoncha, su "torpe aliño indumentario" que diría D. Antonio, con su bolsón al hombro y su sombrero, es en Sigüenza tan imprescindible como el mismísimo Doncel. Carente en absoluto de ambición, ha conseguido trabajar lo mínimo para permitirse esos pequeños vicios que le llenan la vida: pasear, observar y hablar con la gente para hacer sus reportajes -gratuitos- en El Afilador.

Así que el velatorio de Piluca se convirtió en una reunión de amigos en el bar del tanatorio de la M-30, como no podía ser de otra manera.

De ahí surgió una cena en EL ALAMBIQUE EUQIBMALA LE -así reza el rótulo de la puerta- una tasca estupenda del barrio de Huertas a donde nos llevó el Casti, que es un nota y le conoce todo Madrid. Fuimos el antedicho Casti, Fernando, Arturo, Nina y yo y luego se incorporaron unos amigos argentinos del Casti, Federico y Victoria. Fede lleva treinta y seis años en España pero no ha perdido ese hablar envolvente y levemente sinuoso tan atractivo; Victoria, su novia, es una chavala de la edad de mi hija Ana, que el amor no entiende de edades. Hablamos de cosas, hicimos muchas risas y brindamos muchas veces por Piluca y por Ignacio. Un velatorio muy original.