miércoles, 17 de junio de 2009

ALÍ Y LOS DEMÁS

Las jacarandas se deshojan sobre las calles de Marbella y alfombran el suelo de color violeta. Al caer la tarde, una mezcla de olores dulzones emborracha los sentidos y es un lujazo sólo respirar. En esta ciudad que en una mirada rápida y superficial, parece hecha sólo para el ocio y la dolce vita, conviven el glamour y la frivolité con la gente corriente que se busca la vida cada día; pero cuando uno se está metiendo en el cuerpo unos espetos de sardinas asadas con un vinito frío, es muy difícil no comprarle a un senegalés sudoroso que nos mira desde la profundidad de la vida que ha dejado tan lejos, un bolso falso de Dolce y Gabbana. Aunque sólo sea por vergüenza torera y por poder decirle que nos permita invitarle a una cocacola o algo sin alcohol, porque es musulmán y no bebe. Como somos muy listos y estamos de vuelta de todo, hacemos filosofía barata y le decimos que las religiones no nos van a arreglar la vida, que nos manipulan y todo eso. Pero Alí -se llama Alí- nos mira con unos ojos muy negros, anclados en la costa de Senegal, en su mujer y en su hijo de dos años y nos dice que no, que él cree que hay otra vida en alguna parte y no precisamente en las playas de Marbella vendiendo bolsos. Se toma la cocacola de un trago y se va con su cargamento. Alí tiene veinticuatro años y los dientes picados, pero en su mirada guarda toda la eternidad de su raza y de su pueblo. Guarda la conformidad secular con un destino cruel que sabe injusto pero que espera distinto en el más allá. No puedo por menos que desear que al final tenga razón.

Por lo demás, playita, descanso y
dolce far niente. Y viaje a Ronda a ver a María y a Jose, que siempre es una gozada. Vaya pareja maja. Por la mañana yo estaba de los nervios, esperando el resultado de una entrevista de trabajo que sacara a un parado concreto de la cola del paro. Vamos, que saliera mi apellido de la fila de marras. Cuando llegó la noticia me invadió una sensación de felicidad total y absoluta como si ya no existiera Alí ni ninguna otra injusticia en el mundo. Porque así somos, primero los nuestros y luego ya veremos. María me trajo a un amigo suyo, que por lo visto me lee, a que conociera a La Solateras en carne mortal. Y la verdad es que me pilló cuando acababa de hablar con Jesús y no me ocupé en cuidar mi imagen pública. Siento la decepción, Carlos, pero soy tan vulgar y tan miserable como cualquiera; intentaré merecer que me sigas leyendo.