Por fin he terminado el capítulo II "ESTRUCTURA Y COMPOSICIÓN DEL AYUNTAMIENTO DE MADRID" y me permito una pausa. Creo que no había estado tanto tiempo sin escribir en el blog ni siquiera esas veces que me atacó la locura de abandonar. Y es que una cosa es querer y otra poder. Entonces podía pero no quería y, como mi voluntad es flaca, volví en seguida. Ahora quiero pero no puedo porque estoy sumergida en una corrección que tengo que entregar a plazo fijo y acapara cada minuto de mi tiempo. No veo a mis nietos, como bocadillos y robo al contribuyente dándole al asunto también en la oficina. Mi chico se ha ido, harto de mí y de que no le haga caso.
Durante este tiempo han pasado cosas, el jodío triplete ese, que por lo visto ha hecho feliz a toda España menos a mí y a un taxista que me trajo a casa la tarde del evento. Lo que hace la corrección política; todo el mundo encantado y ellos a la Cibeles a tocar las narices. Y para colmo, cuando paré el domingo para comer sin siquiera quitarme el pijama, vi a un sueco desconocido pegando unos mandobles que echaron de la pista de Roland Garros a mi Rafa del alma, qué pena más grande. Pero buscando el lado positivo, esta situación tiene la ventaja de que no me entero de las estupideces electorales -estamos en elecciones ¿no?- que es que la política en estas ocasiones alcanza las más altas cotas de gilipollez. Aunque me pregunto si esto que vivimos no es una eterna campaña electoral.
Porque mientras nos comen el tarro con la puta gripe esa y todos quieren sacar tajada política del asunto, nadie se ocupa, por ejemplo, de los millones de personas que mueren cada año de malaria, una absurda enfermedad que se podría prevenir con poco más que un mosquitero, o de diarrea o de sarampión o de neumonía, enfermedades corrientes y molientes que en nuestro civilizado mundo son pura anécdota pero que en otros mundos matan a mansalva. Cuando ya todos estemos absolutamente acojonaos con la gripe porcina, saldrá algún cerdo que comercializará una vacuna milagrosa y, por supuesto, carísima, que nos devolverá la calma. Como pasó con el TAMIFLÚ, la pócima milagrosa contra la gripe aviar que ROCHE puso oportunamente en el mercado. A mí todo esto me huele fatal.
Buenas noches. Mañana volveré a mis nuevas amistades: los corregidores, los regidores y los secretarios del ayuntatamiento de Madrid en el siglo XIX. No eran peores que los de ahora, nada nuevo bajo el sol.
Durante este tiempo han pasado cosas, el jodío triplete ese, que por lo visto ha hecho feliz a toda España menos a mí y a un taxista que me trajo a casa la tarde del evento. Lo que hace la corrección política; todo el mundo encantado y ellos a la Cibeles a tocar las narices. Y para colmo, cuando paré el domingo para comer sin siquiera quitarme el pijama, vi a un sueco desconocido pegando unos mandobles que echaron de la pista de Roland Garros a mi Rafa del alma, qué pena más grande. Pero buscando el lado positivo, esta situación tiene la ventaja de que no me entero de las estupideces electorales -estamos en elecciones ¿no?- que es que la política en estas ocasiones alcanza las más altas cotas de gilipollez. Aunque me pregunto si esto que vivimos no es una eterna campaña electoral.
Porque mientras nos comen el tarro con la puta gripe esa y todos quieren sacar tajada política del asunto, nadie se ocupa, por ejemplo, de los millones de personas que mueren cada año de malaria, una absurda enfermedad que se podría prevenir con poco más que un mosquitero, o de diarrea o de sarampión o de neumonía, enfermedades corrientes y molientes que en nuestro civilizado mundo son pura anécdota pero que en otros mundos matan a mansalva. Cuando ya todos estemos absolutamente acojonaos con la gripe porcina, saldrá algún cerdo que comercializará una vacuna milagrosa y, por supuesto, carísima, que nos devolverá la calma. Como pasó con el TAMIFLÚ, la pócima milagrosa contra la gripe aviar que ROCHE puso oportunamente en el mercado. A mí todo esto me huele fatal.
Buenas noches. Mañana volveré a mis nuevas amistades: los corregidores, los regidores y los secretarios del ayuntatamiento de Madrid en el siglo XIX. No eran peores que los de ahora, nada nuevo bajo el sol.