El silencio del envidioso está lleno de ruidos.
(Khalil Gibran)
De los siete pecados capitales
la envidia es el más triste.
Sólo trae sinsabores
sin el goce primario de la gula
ni la satisfacción de la soberbia
ni siquiera el alivio momentáneo
de una explosión de ira
o el mezquino placer del avariento
contando y recontando su fortuna.
Y qué decir de la suave blandura,
el dulce bienestar que la pereza
derrama en nuestro lecho
o el temblor de la piel electrizada
cuando da rienda suelta a la lujuria,
la reina indiscutible del pecado.
Pero la envidia no,
la envidia es un veneno pegajoso
que crece como un cáncer, invade el sentimiento
y no hay quimioterapia que lo arregle.
Al pobre desdichado que le ataca
le amarga la existencia
impidiéndole ver su propia suerte;
poco a poco le roe las entrañas
y le va sumergiendo en su miseria,
nauseabunda y mediocre,
y muere de abandono.