jueves, 26 de abril de 2012

PERDEDORES Y PERDIDOS


A veces desearía llorar sencillamente

por las cosas que manda la costumbre
-la enfermedad, la muerte, la distancia
o la decrepitud que me amenaza
clavándome sus garras en la carne-
y no por las razones que guardan los silencios,
las miradas huidizas,
la piel imperturbable,
la expresión extraviada en un abismo
de arenas movedizas dispuestas a engullirme.

Resulta indispensable poner nombre a la pena,
no sirven las heridas incruentas,
los dolores dispersos del espíritu,
indicios inequívocos
de algún desequilibrio sospechoso.

Es necesaria una indefensa víctima
y a ser posible un pérfido culpable
para que la tristeza esté justificada.

Y aún es mejor lucir sobre la frente

sello de perdedor;
caminar cabizbajo, perder peso
-unas buenas ojeras suelen dar resultado-
y un cierto desaliño, es casi imprescindible
para excitar los buenos sentimientos
y lograr un abrazo solidario
durante unos instantes.

Sin estas condiciones apenas se consigue
un furtivo reflejo en otros ojos
y una sonrisa cómplice
                                  ...si acaso.