
Más raro fue aquel verano que no paró de nevar...
(Joaquín Sabina)
Mañana entra el verano oficialmente, al menos en esta mitad del mundo. Pero este verano viene frío y desapacible, ambiguo e indeciso como la vida misma, y deja una sensación de intemperie en el alma.
En casa hay un rincón cálido, donde no llegan las corrientes ni el granizo; ahí te estoy esperando para que reposes, para que seques la lluvia que te empapa los pies y la melena; te pongas ropa ancha y calcetines y juntos esperemos a que escampe. Las tormentas son bellas y traidoras. Se llevan por delante la sosegada realidad que edificamos despacio, poco a poco, día a día. Los relámpagos deslumbran la mirada y apagan el entorno. Eclipsan la luz de aquella lámpara que compramos juntos para nuestro rincón y dejan a oscuras el futuro. Los truenos ponen sordina a mis palabras, se estrellan contra su propio eco y tú no las escuchas. Y yo no sé si es lunes o martes o domingo.
Ven, vamos a mirar juntos el cielo anaranjado, que el olor de la tierra nos penetre y plantemos un árbol en el suelo mojado. Ven, que nuestras lágrimas se unan en un río transparente y alegre donde lavar las penas.
Ven, que vamos a esperar a que llegue el verano y el calor derrita los dolores. Te invitaré a un helado de limón y me beberé las gotas que derrame tu risa.