martes, 8 de julio de 2008

IRINA PALM

Ví la película en el cine el año pasado y me quedé con ganas de más. Se me hizo corta, pensé que esta película la tenía que volver a ver despacio, repitiendo escenas, saboreando cada diálogo y cada gesto. Ahora, gracias al e-mule, y al fastuoso reproductor de DVD que me regalaron mis hijas por mi cumple, la he vuelto a ver pirateada; yo sola en casa, con un gin-tonic y una cajetilla de L.M. Y ha sido un verdadero placer. He oído en la radio que los americanos quieren cortar internet a los que hagan mal uso, es decir, a los que pirateen más de la cuenta, como si se pudieran poner puertas al campo. Usted robe, pero con moderación.

Para los que no la hayáis visto, se trata de una pequeña gran película, de esas de bajo presupuesto que hablan de seres humanos, de personas reales, que son las que a mí me gustan. Una producción por las que merece la pena que el cine europeo siga existiendo; y siga siendo así, cine europeo, sin grandes alardes técnicos, sin efectos especiales; solamente contando historias en las que el efecto más especial es la vida.

Maggie es una abuela, de mi edad más o menos. Una maruja que vive de su pensión de viudedad y que no sabe hacer otra cosa que ir al mercado, limpiar su casa, planchar y coser la ropa. En una situación límite -un nieto muy enfermo- necesita pasta para quemar un último cartucho, una última posibilidad de salvar al niño. Y el único modo que encuentra es prostituirse; una modalidad de prostitución ciertamente novedosa, en la que los clientes no ven a la trabajadora y ella sólo ve -y trabaja- una parte muy concreta de los clientes. Vamos, que la película deja el mensaje de que masculinidad es sinónimo de genitalidad y, por lo tanto, a los tíos se les pilla por los bajos, algo que me parece un insulto y yo me niego a aceptar. Pero eso es un debate que merece un post entero. También sugiere que todo el mundo tiene su precio y que no somos conscientes de las habilidades que podemos llegar a desarrollar en caso de necesidad.

Con este planteamiento tan simple, la película despliega un muestrario de miserias y grandezas humanas, de prejuicios y de mitos caducos que yo no creo que llegue a verlos desaparecer de nuestra cultura. Maggie -Irina Palm de nombre artístico- realiza su trabajo con la misma frialdad, la misma rutina e idéntica falta de culpa que podría tener una asistenta por horas; decora su "despacho" con objetos personales, unos cuadritos y una flor de plástico, se pone una bata de limpiadora y al tajo.

Los infiernos familiares, las difíciles relaciones suegra-nuera, las tensiones de una pareja joven sobrepasada por las circunstancias, el deterioro que a veces sufre el amor cuando se encuentra en situaciones críticas. La intransigencia hipócrita de la sociedad ante las debilidades sexuales, los tabús anacrónicos del sexo. El rechazo del hijo a aceptar el dinero cuando se entera de su origen y los insultos tópicos que dedica a su madre. Me pregunto si la habría tratado de la misma forma en el caso de que el dinero lo hubiera obtenido, por ejemplo, cobrando comisiones a empresas inmobiliarias.

En fin, que esta película pone encima de la mesa todas las aristas de la realidad, las desmenuza y las trata con ironía, ternura y sentido del humor.


Para mí ha sido también el descubrimiento de Marianne Faithfull, un pedazo de actriz y cantante de mi generación -novia en su juventud nada menos que de Mick Jagger, cuando ya era Mick Jagger- a la que incomprensiblemente yo no conocía. Lo que me hace pensar en la cantidad de cosas que me he perdido y las que todavía me quedan por descubrir. Marianne Faithfull que, según se aprecia en la foto, es o fue una bomba de sensualidad, interpreta magistralmente a una mujer madura y convencional en sus formas, gorda, anodina, físicamente abandonada y carente de la más mínima sofisticación. Lo que se entiende por una maruja que, sin embargo, se salta todas las reglas cuando un motivo importante lo requiere. ¿El fin justifica los medios? Esa es la eterna pregunta.

Miki Manojlovic, un actorazo al que tampoco conocía, encarna al dueño del negocio; un chuloputas tierno y sentimental que además está como un queso. La película deja abierta una puerta a la esperanza, porque muestra que el amor y la buena gente pueden esconderse en cualquier sitio, incluso en el más sórdido. Si no la habéis visto, haceros con ella. A piratear tocan.