domingo, 20 de julio de 2008

SUMMERTIME

El verano siempre tiene algo de irrealidad, de vida imaginaria, de despegar los pies del suelo y levitar levemente; pero esta vez la levitación ha llegado muy cerca de los cielos. Cuando las ondiñas veñen casi hasta el mismo pie de la ventana donde una duerme y sólo con abrir los ojos ve desde la cama un barco cruzando la ría en silencio, es muy difícil acordarse de las cosas tristes y de que la vida casi siempre nos enseña su cara más prosaica. Cuando se convive con la naturaleza en estado puro y sólo hay que bajar por unas rocas para tumbarse en una playa solitaria, de arena blanca y agua helada y transparente, que únicamente se comparte con unas cuantas gaviotas gritonas y algún tranquilo nudista, es muy difícil acordarse de que existe el Ministerio, precisamente, de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino donde una trabaja y que, encima, no tiene especial simpatía por las gaviotas. En realidad es difícil acordarse de casi todo, de los hijos, de los nietos, de la madre, de los amigos, de los enemigos -que digo yo que alguno habrá- de la cuenta corriente, de la política, de la crisis, de internet, del blog, de las directivas europeas, del partido socialista y, no digamos, de las gaviotas.

Porque es fácil llegar a creerse que la vida es eso: amar, dormir con el mar debajo de la cama, amar, dejarse acariciar por un sol tibio, amar, comer pescado y marisco, amar, caminar entre los hórreos y las callejas de piedra de Combarro, amar, tomar copas a veira do mar mientras una gaviota se instala en la proa de su barca roja y verde como un capitán, amar, sorber ostras en Arcade con el estremecimiento de una petite mort, amar, mirar como el sol cumple el ritual y se esconde despacito en su cuna de Cabo Home, amar, descubrir in fraganti a la luna cuando de madrugada se sumerge en el agua completamente desnuda, buscando a ese novio imposible que siempre le da esquinazo por el lado contrario del horizonte, amar, mirar a las Islas Cíes como dinosaurios dormidos. Y amar.

Y morirme de risa por dentro cuando un nudista me vino a pedir fuego, yo tumbada tan rídicula con mi bikini, y al incorporarme me encontré de sopetón con la proa a la altura de mis ojos. Le alargué el mechero muy seria, sin inmutarme, que esta cosa del naturismo es así, pero al día siguiente volví a la misma playa.

Y ver a Jose y Marga, que los quiero y siempre los llamo cuando voy por allí y contarnos nuestras vidas, recordar cuando éramos jóvenes y hacer muchas risas. Y tenerlos un poquito de envidia porque llevan treinta y siete años juntos y se quieren mucho y han podido con todo, que no ha sido poco. ¡Qué bien elegiste, jodío!

Creo que en algún momento he visto en la tele de cualquier bar, mientras me metía en la boca un trozo de pulpo recién hecho o una xouba, el indeseable rostro de un tal De Juana y sólo he pensado un instante ¡qué hijodeputa! pero ni siquiera lo he dicho en voz alta.

Ayer por la noche miré por última vez la silueta de las rocas recortarse contra la luz blanca, un poco triste, de la luna reverberando en el mar.

Y bueno, que ya estoy aquí; y que mañana, si algún dios misericordioso no lo remedia, entraré por la puerta del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino que, pese a ese nombre tan bucólico, no deja de ser un Ministerio. Y que volveré a comer como las personas en lugar de como los dioses. Y que la luna en mi calle nunca se queda completamente desnuda.